La construcción europea es una casa de locos
Los gestores
del europeísmo no saben cómo salir del manicomio.
[really? Más bien parece que no quieren mostrar la salida].
Por Rafael
Poch 28-May-16
FUENTE: http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2016/05/28/la-construccion-europea-es-una-casa-de-locos-44370/
El texto [en
rojo] NO viene en el original y fue agregado por el equipo de redacción.
Igualmente lo destacado en amarillo y verde aparece como texto simple en el original.
¿Qué es el europeísmo? Obviamente ya no es lo que los
eurócratas venían diciendo. Para el sentido común de la gente normal “Europa”
ya es sinónimo de deterioro de las condiciones de vida (recortes del estado
social y precariedad) y de la impotencia que se deriva de la ausencia de
soberanía nacional. Si
quieres cambiar las cosas, es inútil actuar en tu país porque las decisiones
vienen de “Europa”, una instancia inapelable y situada más allá de todo voto y
soberanía.
La primacía del derecho europeo sobre el derecho nacional es
una curiosa prisión. “No
puede haber opción democrática contra los tratados europeos”, dijo el año
pasado Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión. Es una construcción legal, pero
no legítima porque fue establecida por el propio derecho europeo. Es un golpe
de mano autocrático que ha sido tejido a lo largo de décadas entre la general
indiferencia del público [¿y las ONGs y los
juristas onde están? apá] y que se impone sobre edificios nacionales
que, con todas sus imperfecciones son resultado de ese juego institucional que
llamamos “democrático”, es decir basado en la división de poderes, la elección,
etc.
Hoy toda la construcción europea es una casa de locos. El europeísmo
se ha vuelto loco. Nadie, ni en la izquierda ni en la derecha, sabe cómo salir
del enredo del euro, [este concepto supone que la
situación se ha dado “casualmente”, pero habiendo beneficiarios de ella, no
parece muy creíble la casualidad] cómo salir de la austeridad que
conduce, en el mejor de los casos, a un estancamiento deflacionario a la
japonesa, así que se sigue con lo mismo.
¿Cómo salir de la gran irracionalidad de este manicomio? Claro que hay una
lógica en esta irracionalidad: maximizar el beneficio, supeditar lo político a
lo financiero y demás, pero es obvio que no es sostenible. Es una lógica loca.
La analogía con los años setenta en la URSS, cuando se
sentaron las bases de la autodesintegración del superestado de matriz rusa, es
directa. Por más que la eurocracia no sueñe en secreto con ningún socialismo,
como era el caso de aquella podrida estadocracia soviética que soñaba con
privatizar sus dominios y hacerse con patrimonios heredables [de hecho lo hicieron, ¿de dónde crees que salieron las
fortunas de los oligarcas rusos? Ciertamente, no de su trabajo], la
cuestión de la sostenibilidad de todo el asunto es manifiesta. ¿Cómo se ha
podido llegar a eso? Treinta años nos contemplan. Salvo contadas excepciones,
dos generaciones de periodistas y expertos en Bruselas han sido incapaces de
explicarlo.
Todo esto viene a cuento de la actual revuelta francesa
contra el proyecto de reforma laboral que el gobierno francés quiere imponer
por decreto, a falta de mayoría en la sociedad y en el Parlamento.
Fue el 12 de septiembre del año pasado. Recién derrotada
Grecia, que acababa de tragarse, en julio, algo mucho peor que lo que su
gallardo referéndum había rechazado con el 62% de los votos [lo que no se ha dicho es que Alexis Tsipras desde siempre
trabajó para los enemigos de su país]. Y lo dijo en París el ex ministro
griego Yanis Varufakis, en la Fiesta de l´Humanite: “Grecia es un laboratorio
de la austeridad donde el memorándum se ha puesto a prueba antes de ser
exportado. Todo lo que se ha experimentado con Grecia tiene en realidad a
Francia en el punto de mira. La estrategia del gobierno alemán es alcanzar el
dominio supremo sobre el presupuesto francés”, dijo. [¿tratando de amarrar navajas entre Francia y Alemania?
Alemania está siendo utilizada muy convenientemente como disfraz «por los de
siempre» para ocultar sus fechorías. Cuando inició la crisis griega se
desarrolló toda una campaña para pintar a los griegos como holgazanes que se
jubilaban jóvenes y querían vivir a costa de los demás; la realidad se impuso,
como se impondrá, tarde o temprano, cuando Alemania llegue nuevamente a ser víctima. Nótese cómo en los
1970s y 1980s las crisis se daban en el Tercer Mundo, ahora ya empezaron en el
Primer Mundo con Grecia y en la fila de la muerte están Italia, Portugal,
España,... y también Francia y Alemania].
El contenido de la reforma laboral francesa es trabajar más,
cobrar menos, precarizar, dar más poder a las empresas y menos a los
sindicatos. La indignación se dirige contra el gobierno francés, pero en
realidad, Hollande y Valls, no hacen más que aplicar la lógica del europeísmo;
la loca lógica de los tratados europeos, de la llamada “estrategia de Lisboa” y
del euro.
Todo lo que la reforma laboral francesa contiene se
desprende, literalmente, de directivas europeas, como ha explicado Coralie
Delaume en un blog de Le Figaro Las Grandes Orientaciones de Política Económica
(GOPE) y otros documentos de la Comisión marcan para la Francia del 2016; el
“exceso de sus costes salariales” (cuando aquí en la seguridad social y en la
enseñanza se gana menos que en España en términos reales) y de las cotizaciones
patronales; el exceso del salario mínimo, la necesidad de reducir las
“rigideces” del mercado de trabajo, etc., etc.
“La reforma del derecho laboral deseada e impuesta por el
gobierno de Valls es lo mínimo que hay que hacer”, dice ahora Jean-Claude
Juncker. Así lo impone el derecho ilegítimo de los tratados europeos, cuyo
mandato ha sido tres veces rechazado en las urnas; en Francia y Holanda en 2005,
y en Grecia en julio de 2015.
De todo esto se deduce que a la actual protesta francesa le
falta poner el acento en una cosa a la que los franceses son, seguramente, los
más sensibles de Europa: la reivindicación de la soberanía nacional robada, que
es uno de los principales ingredientes del latente malestar francés. Solo recuperando las diversas
soberanías nacionales, podría replantearse el “proyecto europeo” sobre bases
ciudadanas, en caso de que valga la pena, es decir en caso de que pueda
aportar algo a los retos del siglo.
Sea cual sea el resultado de la actual contestación
francesa, las raíces estatales-nacionales de la libertad y la democracia,
particularmente fuertes en Francia, hacen muy difícil que el robo de soberanía
que practica el europeísmo no tenga consecuencias rebeldes.
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