El fin del sistema de partidos
«Cambiar
todo para que nada cambie»
por Jean-Claude Paye 21-Abr-17
FUENTE: http://www.voltairenet.org/article196078.html
La
candidatura de Emmanuel Macron a la presidencia de Francia no busca crear un
nuevo partido, algo como los demócratas ante los republicanos, como en Estados
Unidos. Lo que se busca es más bien crear lo que pudiéramos llamar un
“movimientismo” sin objetivos definidos pero que permita preservar los
intereses de la clase dirigente. El partido francés de nueva creación, En
marche!, trata de que los electores “marchen” hacia la disolución de la
República Francesa en la globalización consumista.
Emmanuel Macron o la "revolución del agua tibia" |
La declaración de Emmanuel Macron presentándose como el
candidato «antisistema» sorprendió a los franceses dado que Macron fue
secretario general adjunto de la presidencia de la República, en 2012, y
posteriormente ministro de Economía, Industria y Sector Numérico en el gobierno
de Manuel Valls, en 2014. Y si dimitió de ese cargo de ministro fue sólo para
poder actuar libremente y presentarse como candidato en la elección
presidencial.
Esta autodesignación de Macron
nos dice algo muy importante sobre la evolución de la estructura política. Es
evidente que Macron se separa del régimen de los partidos políticos como modo
de gobierno del país. Pero la adopción de esa posición hacia los partidos ya
constituidos no lo convierte en candidato antisistema porque el «sistema» que
se instala no es ya un sistema de partidos sino una forma de gobierno político
directo ejercida sobre los Estados nacionales por los actores políticos
dominantes y las estructuras políticas internacionales.
Lo cierto es que la intervención
de lo que ha dado en llamarse «antisistema» se impone cada vez más en el
desarrollo de las elecciones francesas. Se repite el escenario que inició
Francois Hollande: una candidatura que al principio parece prematura y la
posterior eliminación de su competidor, Dominique Strauss-Kahn, frente al cual
[Hollande] no habría tenido ninguna posibilidad de ganar.
En el caso actual es el
candidato de la derecha, Francois Fillon –inicialmente gran favorito a la
elección presidencial– quien ve su enorme éxito súbitamente afectado por un
escándalo desatado a partir de un caso de empleo presuntamente ficticio que
duró décadas y que al parecer acaba de descubrirse ahora.
Tanto en este último caso como
en el de Strauss-Kahn, las intervenciones de último minuto destinadas a
defender la moral y las buenas costumbres –liquidando de paso al político–
vuelven a poner en posición ventajosa a candidatos que no tienen ninguna
intención de separarse ni un pelo de la política imperial. Los que se
benefician con esos hechos aparentemente fortuitos son precisamente los
candidatos más maleables. En el caso de Macron se trata incluso de un candidato
perfectamente “líquido”, enteramente fabricado por los medios. El «antisistema»
se ve así, ante todo, como una restructuración, realizada desde arriba, de la
representación política.
Liquidación
programada del Partido Socialista
El posicionamiento de Macron
como candidato es parte de una fuerte tendencia, especialmente visible en el
seno del Partido Socialista [de Francia] (PS): la tendencia a la
auto-implosión. La candidatura de Marcon, planteada desde el exterior de ese
partido es sólo la más reciente de una serie de hechos que evidencian una
voluntad interna de liquidación de esa formación política. El propio Francois
Hollande ya decía en 2015:
«Hace falta un acto de liquidación. Hace falta un
harakiri. Hay que liquidar el PS para crear el partido del Progreso.»
El primer ministro Manuel Valls
también se presentó como partidario de un «frente republicano», de una fusión
de listas electorales al nivel de las primarias en las circunscripciones donde
el Frente Nacional tuviese posibilidades de ganar [1]. No es por tanto
sorprendente su última declaración de que votaría por Emmanuel Macron para
cerrarle el camino a la extrema derecha.
Como invitado de Matteo Renzi en
la Festa de l’Unita, Manuel Valls declaró también: «No hay alternativa del lado
de la izquierda. La única otra posibilidad es el Frente Nacional. Eso es lo
único que deben tener en mente todos los socialistas.». Y, ante las cámaras de
BFM-TV dijo: «Cada cual tiene que decirse a sí mismo: ¿Hay una política
alternativa a lo que hacemos? Sí, la hay, es lo que propone la extrema
derecha.»
La organización de la
legitimación [de Macron] se basa en la demonización de un partido político: el
Frente Nacional, que sin embargo se ha convertido en un partido similar a los
demás desde su aggiornamento como partido fascista al de órgano del «mejor de
los mundos». El programa ha dejado de tener importancia. Sólo cuenta la
capacidad, autoproclamada y autentificada por los medios, de impedir que el
Frente Nacional llegue al poder. Macron se inscribe en esa línea política,
constituye su apogeo. Esta hipostasia le garantiza su legitimidad y resta toda
credibilidad a cualquier otra candidatura.
El fin del
sistema de los partidos
La tendencia a la desaparición
del sistema de los partidos, especialmente evidente en lo que concierne al PS,
puede verse también del lado del partido republicano, aunque el proceso de
descomposición parece allí menos avanzado y ha necesitado ayuda externa, a
través del oportuno «escándalo» Fillon. A pesar de todo, es un proceso ya
bastante adelantado, como lo demuestra el sistema de las «primarias».
Ya no son los militantes de un
partido quienes designan al candidato de su formación política. Cualquiera
puede participar en ese proceso, incluso los miembros de un partido adversario.
El designado ya no es candidato de un partido sino un candidato del conjunto de
los franceses, incluyendo a sus propios adversarios. Ya no son las
organizaciones las que se enfrentan sino simples personalidades, que ni
siquiera defienden un programa sino que sólo cuentan con una imagen fabricada
por los medios de difusión. Del enfrentamiento de ideas pasamos a la
competición de las imágenes.
Nos encontramos ante una nueva
configuración de la «escena política», del espacio de la representación política.
Pasamos de un sistema organizado alrededor de un partido de masas dominante o
de una estructura binaria de dos organizaciones «alternativas», izquierda y
derecha, a un modo de gobierno que abandona el sistema de los partidos y que,
tanto en los hechos como en materia de lenguaje, rechaza la política.
Una crisis de representación
partidaria no es un fenómeno único en el paisaje político francés. Existen
varias referencias históricas, como la del bonapartismo que instauró el Segundo
Imperio o, más recientemente, la creación de la Quinta República, en 1958, por
el general De Gaulle. Pero el problema actual es diferente. Los dos ejemplos
que acabamos de citar tienen que ver con algo que forzó esa situación por
causas externas ante el aparato legislativo. Hoy en día lo que estamos viendo
es un proceso interno de autodesmantelamiento del conjunto de la estructura del
Estado.
Si bien la crisis de
representatividad de los partidos condujo en el pasado a un eficaz
fortalecimiento del Ejecutivo, hoy en día el aumento de sus prerrogativas
conduce a un acrecentamiento puramente formal de poder porque [el Ejecutivo] ya
no trabaja por su cuenta sino para organizaciones supranacionales, para
estructuras que fungen como intermediarias del Imperio, como la Unión Europea, el
Consejo de Europa y la OTAN. El aparato ejecutivo nacional, en su constante
violación de las prerrogativas del Parlamento, aparece como un simple
repetidor. En esas circunstancias, ya no basta con hablar de crisis de
representatividad de los partidos políticos. Ya no se trata de un hecho
vinculado a una coyuntura política particular sino de un acontecimiento de tipo
estructural.
Supremacía de
la imagen
El fenómeno de la candidatura
Macron es revelador de una mutación en el ejercicio del poder del Estado, que
es el final de toda mediación con la sociedad civil. Los diferentes lobbys
toman el lugar de los partidos. Las grandes empresas tienen la capacidad de
defender directamente sus propios intereses en contra de la gran mayoría de la
población, sin que la decisión tomada tenga que asumir la apariencia de una
defensa del interés colectivo.
En otras palabras, la clase
económica y políticamente dominante se convierte también en clase reinante, en
la clase que ocupa la primera línea del «escenario político», del espacio de
legitimación. La clase dominante maneja directamente sus intereses y promueve
abiertamente a sus candidatos. El proceso de legitimación de este procedimiento
ya no tiene nada que ver con la representación sino con el marketing ya que la
escena política se confunde con la de los medios.
La candidatura Macron es
entonces el síntoma de una sociedad capitalista avanzada, donde las relaciones
sociales se han transformado por completo en relaciones entre cosas, entre
mercancías. Las divergencias que expresan los diferentes candidatos se reducen
a una competencia en materia de imágenes, a la competencia entre mercancías.
Macron se sitúa así fuera del lenguaje. Cada cual puede entender lo que quiera
en lo que dice Macron. Ni siquiera nos pide que estemos de acuerdo con su
discurso sino que miremos su imagen y la adoptemos.
Ya no hay espacio para la
política y el enfrentamiento entre puntos de vista divergentes sino una
renuncia a la vida privada y pública para adaptarse a los constantes cambios de
las relaciones de producción y el incremento de la fluidez de las fuerzas
productivas, o sea a las exigencias, cada vez mayores, de la rentabilidad del
capital.
En marche! nos lleva
hacia una «sociedad moderna líquida»
Como un inventario al estilo de
Prevert no constituye un programa, nada queda precisado. En nombre de la
necesaria adaptación a la «modernidad», se promueve la propensión a aceptarlo
todo, a renunciar a todo progreso social. Se abren así todas las expectativas a
los promotores de esta nueva situación ya que no se define a priori ningún límite
a sus futuras exigencias.
Macron se inscribe en una
ideología de la «sociedad moderna líquida», como la entendió el sociólogo
Zygmunt Bauman, la sociedad del cambio permanente para adaptarse a la fluidez
de las cosas. La ausencia de coherencia interna del «programa» se presenta así
como algo positivo, como una posibilidad de constante adaptabilidad, como una
fluidez a priori preexistente en la conciencia de las cosas, que debe permitir
integrar cualquier mutación.
Realizada bajo el mandato de
Hollande, la reforma del Código Laboral es la condición previa para concretar
la adaptabilidad permanente de los trabajadores a las exigencias de los
patrones. Emmanuel Macron no sólo se inscribe en la continuidad de la acción
del presidente saliente sino que incluso la magnifica, dándole con ello su
verdadera dimensión, la de «sociedad líquida», que se caracteriza por la
ausencia de proyectos precisos y por gobernar pragmáticamente.
Esa manera de gobernar sólo
puede reservar todavía más espacio a los «expertos», reforzando la tendencia ya
extremadamente fuerte a manejar los asuntos públicos mediante decretos y al
empleo del artículo 49-3 de la Constitución francesa [2], ya ampliamente
utilizado bajo la presidencia de Hollande.
De hecho, no hay alternativa, lo
supuestamente situado «fuera del sistema» se limita a una reclamada capacidad
de adaptabilidad a toda mutación social, sea cual sea esa mutación. La fluidez
se refleja en el nombre mismo de su movimiento, «En marche!», una orden que ni
siquiera precisa a quién se dirige pero que en todo caso nos advierte que
tenemos que renunciar a toda forma de resistencia ante la máquina
económico-política.
Notas
[1] El Frente Nacional, o FN, es el
partido de la también candidata a la presidencia Marine Le Pen, clasificado
como de extrema derecha. Nota de la Red Voltaire.
[2] El artículo 49 acápite 3 de la
Constitución de Francia permite al gobierno imponer un texto sin someterlo a la
votación de los parlamentarios. Sólo queda entonces a la oposición la
posibilidad puramente formal de presentar una moción de censura, con pocas
posibilidades de que ésta prospere.