Trece años después del 11 de Septiembre, persiste la ceguera
por Thierry Meyssan
Red Voltaire | Damasco (Siria) | 12 de septiembre de 2014
FUENTE: http://www.voltairenet.org/article185316.html
Thierry Meyssan fue el primero en demostrar que lo que nos decía la
versión oficial sobre el 11 de Septiembre era imposible y en llegar a la
conclusión de que aquellos hechos iban a ser utilizados para justificar una
profunda modificación de la naturaleza y la política del régimen
estadounidense. Desde entonces, la mayoría de sus lectores siguen profundamente
interesados en lo que sucedió aquel día mientras que el propio Meyssan ha
seguido adelante, comprometiéndose en contra del imperialismo en Líbano, en
Libia y actualmente en Siria. En este artículo, Thierry Meyssan refiere
nuevamente los hechos de aquel día.
Los acontecimientos del 11 de
Septiembre de 2001 se mantienen en la memoria colectiva bajo la apariencia que
les dieron los medios de prensa: atentados de enorme envergadura perpetrados en
Nueva York y Washington. Pero aún siguen manteniéndose ocultos los objetivos
del poder, que sufrieron un profundo cambio aquel día.
Cerca de las 10 de mañana,
cuando ya habían tenido lugar los atentados contra el World Trade Center y el
Pentágono, el consejero antiterrorista de la Casa Blanca Richard Clarke puso en
marcha el programa de «Continuidad del Gobierno». El objetivo de ese programa
es tomar el lugar del poder ejecutivo y del poder legislativo estadounidenses
en caso de destrucción provocada por una guerra nuclear. No había por lo tanto
ninguna razón para ponerlo en marcha aquel día. Pero a partir de su aplicación,
el presidente George W. Bush fue depuesto de sus funciones, que pasaron a manos
de un gobierno militar.
Durante todo aquel día, el Poder
Militar puso bajo su control a los miembros del Congreso de Estados Unidos y
sus respectivos equipos de trabajos manteniéndolos detenidos en dos bunkers de
alta seguridad que se hallan cerca de Washington, Greenbrier Complex (en
Virginia Occidental) y Mount Weather (en Virginia).
Los militares no devolvieron el
poder a los civiles hasta el final del día y el presidente Bush pudo dirigirse
a sus conciudadanos hacia las 20 horas.
El hoy ex presidente George W.
Bush estuvo vagando por el país durante todo el día. Estuvo en 2 bases
militares y en ambas exigió que le trajeran un vehículo blindado para no
atravesar la pista a pie, porque temía que lo abatiese alguno de sus propios
soldados. El presidente Vladimir Putin, quien estuvo todo el día tratando de
hablar con él por teléfono –para evitar un malentendido y que surgiese algún
tipo de acusación contra Rusia– nunca pudo ponerse en contacto con él.
Hacia las 16 horas, el entonces
primer ministro de Israel, Ariel Sharon, apareció en televisión para decirles a
los estadounidenses que los israelíes conocían los horrores del terrorismo
desde hacía mucho y que compartían el dolor del pueblo de Estados Unidos. Y de
paso anunció que los atentados habían terminado, algo que sólo podía saber
estando implicado en ellos.
Podemos seguir discutiendo
eternamente sobre las innumerables incoherencias de la versión oficial de los
atentados del 11 de Septiembre. Pero hay un hecho en particular que resulta
indiscutible: el «Programa de Continuidad del Gobierno» fue activado sin que
hubiese razón para ello. En cualquier país del mundo, la destitución del
presidente y el arresto de los parlamentarios por parte de las fuerzas armadas
tiene un solo nombre: es un golpe de Estado militar.
Algunos argumentarán
que George W. Bush recuperó sus prerrogativas presidenciales al final de aquel
mismo día. Es interesante saber que eso es precisamente lo que aconsejaba el
neoconservador israelo-estadounidense Edward Luttwak en su Manual del golpe de
Estado. Según Lutwak, un buen golpe de Estado es aquel en el que nadie se da
cuenta de que se ha producido un golpe de Estado porque mantiene en el poder a
quienes lo ejercen… pero les impone una nueva política.
Aquel día se impuso el principio
del estado de urgencia permanente en Estados Unidos, principio que rápidamente
se tradujo en actos con la adopción de la USA Patriot Act. Y también se impuso
el principio de las guerras imperialistas, que fue consagrado en pocos días por
el presidente George W. Bush en Camp David: Estados Unidos tenía que atacar
Afganistán, Irak, Libia y Siria –utilizando el Líbano en el caso de Siria– así
como Sudán, Somalia y, finalmente, Irán.
Hasta este momento sólo ha
podido concretarse la mitad de ese programa. El presidente Obama anunció anoche
[11 de septiembre de 2014] su decisión de continuar su aplicación en Siria.
Hace 13 años, la mayoría de los
aliados de Estados Unidos se negaron a ver lo que ya era evidente, privándose
por lo tanto a sí mismos de la posibilidad de anticipar la política de
Washington. Si es cierto que sólo el tiempo permite ver claramente la verdad,
estos 13 años deben haber aclarado las cosas: se ha concretado todo lo que yo
anunciaba, todo lo que mis contradictores calificaban de «antiamericanismo». Y,
por ejemplo, mis contradictores se quedaron estupefactos cuando la OTAN se
apoyó en al-Qaeda para derrocar la Yamahiria Árabe Libia.
Estoy orgulloso de haber
alertado al mundo sobre el golpe de Estado [que había tenido lugar en Estados
Unidos] y sobre las guerras que iban a producirse a continuación. Pero me
entristece ver que la opinión pública occidental se quedó empantanada en una
discusión sobre la imposibilidad material de que la versión oficial sea cierta.
Sin embargo, observo que hay elementos de aquel día que aún se mantienen
ocultos, como el incendio que devastó las oficinas del Eisenhower Building, el
anexo de la Casa Blanca o el misil disparado ante el World Trade Center y que
fue grabado por una televisión de Nueva York (verlo aquí abajo).
La guerra sigue destruyendo los
países musulmanes mientras que los occidentales, decididamente ciegos, siguen
discutiendo sobre la caída de las torres.
COMENTARIOS
Nadie
puede negarle a Thierry Meyssan haber
desenmascarado la patraña del “avión” que se estrelló contra el Pentágono.
Extraño estrellamiento donde
nunca se habló de: 1) recuperar la caja negra; 2) el lugar del impacto no
mostró señas de que las alas hubieran chocado contra el edificio; 3) las
cámaras que rodean el lugar convenientemente no registraron el impacto; 4) no
quedaron rastros de los motores, ni asientos, ni cuerpos, ni ropas... sólo un
solitario pasaporte de uno de los terroristas (¡qué oportuno!).
También debe reconocérsele la
honestidad intelectual para haber abandonado la ya obsoleta dicotomía de
«izquierda-derecha», vigente durante toda la Guerra Fría, y que detrás de ambas
fachadas estaban los mismos (... de siempre).
Sin embargo, en esto del 9/11
incurre en una falacia lógica innecesaria.
Si la operación fue una
«operación interna», carece de sentido la imaginada “transferencia del poder a los
militares” y fantasear que “un buen golpe de Estado es aquel en el que nadie se
da cuenta de que se ha producido un golpe de Estado porque mantiene en el poder
a quienes lo ejercen… pero les impone una nueva política”.
El golpe de estado al que se refiere
el autor se dió hace mucho, mucho tiempo; probablemente hace más de 7 u 8
décadas, es decir, ANTES de que G.W.Bush naciera.
Los militares son tan empleados como Bush y no resulta lógico que "se transfieran el poder" por unas horas y luego lo devuelva.
G.W. Bush, antes, durante y después
del 9/11, siguió siendo un seguro empleado de los verdaderos dueños del
changarro; y ese día, como en los días anteriores y posteriores, se limitó a
seguir el libreto asignado. No hubo ningún cambio de política, sino meramente
un aprovechamiento de la situación creada para imponer una legislación
autoritaria, al amparo y con el pretexto de la “guerra al terror”.
A este respecto es mucho más
ilustrativo y perspicaz el capítulo de “La Compra de la República”, incluido
por Giovanni Papini en su libro Gog, publicado en 1931 (!!).
Y desde esta perspectiva,
Meyssan tiene razón: La ceguera continúa (él incluído).
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