Por Joseph E. Stiglitz Mayo 2011
FUENTE: http://www.vanityfair.com/society/features/2011/05/top-one-percent-201105.print
Las notas de pie de página
son del blog y NO aparecen en el original.
LOS FURIOSOS Y LOS GORDOS. El 1% superior puede
tener las mejores casas, educación y estilos de vida, dice el
autor, pero “su destino está ligado a cómo vive el restante
99%”.
Resulta
inútil pretender que lo que obviamente ha ocurrido, de hecho no sucedió. El 1%
superior de estadounidenses están ahora tomando casi una cuarta parte del
ingreso anual de la nación. En términos de riqueza más que de ingreso, el 1%
superior controla casi un 40%. Su suerte en la vida ha mejorado considerablemente.
Hace un cuarto de siglo, las cifras correspondientes eran 12% y 33%. Una
respuesta
puede ser celebrar el ingenio y el impulso que trajo tan buena fortuna a esta gente y alegar que una marea creciente levanta todos los botes. Esa respuesta sería un error. Mientras que el 1% superior ha visto sus ingresos elevarse un 18% en la década pasada, los de rango medio en realidad han visto reducirse sus ingresos. Para los hombres con educación solamente hasta preparatoria, la baja ha sido pronunciada —12% en el último cuarto de siglo solamente. Todo el crecimiento en las últimas décadas —y más— ha ido solamente a la élite. En términos de igualdad del ingreso, USA se rezaga detrás de cualquier país en la antigua y osificada Europa de la que el presidente George W. Bush acostumbraba burlarse. Entre nuestras contrapartes más cercanas están Rusia con sus oligarcas e Irán[3]. Mientras que muchos de los antiguos centros de desigualdad en América Latina, tal como Brasil, han estado esforzándose en años recientes, bastante exitosamente, en mejorar la difícil situación de los pobres y reducir las brechas en el ingreso, USA ha permitido que la desigualdad crezca.
puede ser celebrar el ingenio y el impulso que trajo tan buena fortuna a esta gente y alegar que una marea creciente levanta todos los botes. Esa respuesta sería un error. Mientras que el 1% superior ha visto sus ingresos elevarse un 18% en la década pasada, los de rango medio en realidad han visto reducirse sus ingresos. Para los hombres con educación solamente hasta preparatoria, la baja ha sido pronunciada —12% en el último cuarto de siglo solamente. Todo el crecimiento en las últimas décadas —y más— ha ido solamente a la élite. En términos de igualdad del ingreso, USA se rezaga detrás de cualquier país en la antigua y osificada Europa de la que el presidente George W. Bush acostumbraba burlarse. Entre nuestras contrapartes más cercanas están Rusia con sus oligarcas e Irán[3]. Mientras que muchos de los antiguos centros de desigualdad en América Latina, tal como Brasil, han estado esforzándose en años recientes, bastante exitosamente, en mejorar la difícil situación de los pobres y reducir las brechas en el ingreso, USA ha permitido que la desigualdad crezca.
Los
economistas hace largo tiempo trataron de justificar las grandes desigualdades
que parecían tan problemáticas a mediados del siglo 19 —desigualdades que son
una pálida sombra de lo que estamos viendo hoy en USA. La justificación que inventaron
se llamó “teoría de la productividad marginal”. En resumen, esta teoría
asociaba los ingresos superiores con una productividad más elevada y una mayor
contribución a la sociedad. Es una teoría que siempre ha sido apreciada por los
ricos. La evidencia de su validez, sin embargo, permanece tenue. Los ejecutivos
corporativos que contribuyeron a traer la recesión de los pasados tres años —contribución
que para la sociedad y para sus propias compañías[4],
ha sido masivamente negativa— continuaron recibiendo grandes bonos. En algunos
casos, las compañías se avergonzaron tanto de llamar a tales recompensas “bonos
de desempeño” que se sintieron impulsadas a cambiar el nombre[5] a “bonos de
retención” (aun si la única cosa a ser retenida fue un mal desempeño). Aquellos
que han contribuido a grandes innovaciones positivas para nuestra sociedad,
desde los pioneros del conocimiento genético hasta los pioneros de la Edad de
la Información, han recibido una miseria comparada con los responsables de las
innovaciones financieras que pusieron a nuestra economía global al borde de la
ruina.
Algunas
gentes miran la desigualdad del ingreso y se encogen de hombros. ¿Qué importa
si esta persona gana y aquella pierde? Lo que importa, alegan, no es cómo se
divide el pastel sino el tamaño del mismo. Ese argumento es fundamentalmente
equivocado. Una economía en que la mayoría de los ciudadanos va de mal en peor
año tras año —una economía como la de USA— no es probable que en el largo plazo
tenga un buen desempeño. Hay varias razones para esto.
Primero, la
desigualdad creciente es la otra cara de la moneda: la oportunidad decreciente.
Dondequiera que reducimos la igualdad de oportunidades, significa que no estamos
usando algo de nuestros más valiosos activos —nuestra gente— de la manera más
productiva posible. Segundo, muchas de las distorsiones que conducen a la desigualdad
—como las asociadas con el poder monopólico y el tratamiento fiscal preferencial
para intereses especiales— reducen la eficiencia de la economía. Esta nueva
desigualdad continúa creando nuevas distorsiones, reduciendo aun más la
eficiencia. Para dar sólo un ejemplo, muchísimos de nuestros jóvenes más
talentosos, viendo las recompensas astronómicas, han ingresado a las finanzas más
bien que a campos que conducirían a una economía más productiva y saludable.
Tercero, y
tal vez más importante, una economía moderna requiere “acción colectiva” —necesita
que el gobierno invierta en infraestructura, educación y tecnología. USA y el
mundo se han beneficiado grandemente de la investigación patrocinada por el
gobierno que condujo a Internet, a avances en salud pública, etc. Pero USA
desde hace tiempo sufre de subinversión en infraestructura (observen el estado
de nuestras carreteras y puentes, nuestros ferrocarriles y aeropuertos), en
investigación básica y en educación en todos los niveles. Y habrá reducciones
adicionales en estas áreas.
Nada de esto
debería sorprendernos —es simplemente lo que ocurre cuando la distribución de
la riqueza de la sociedad llega a desbalancearse. Entre más dividida esté una
sociedad en términos de riqueza, más renuentes serán los ricos en gastar el
dinero en necesidades comunes. Los ricos no necesitan recurrir al gobierno en
busca de parques, educación, servicios médicos o seguridad personal —ellos
pueden comprar todo eso por sí mismos. En el proceso, llegan a estar más
distantes de la gente ordinaria, perdiendo cualquier empatía que alguna vez
hayan tenido. También se preocuparán de un gobierno fuerte —uno que pueda
utilizar sus poderes para ajustar el equilibrio, quitarles algo de su riqueza e
invertirla para el bien común. El 1% superior puede quejarse del tipo de gobierno
que tenemos en USA, pero en verdad les gusta bastante[6]:
demasiado atascado para redistribuir, demasiado dividido para hacer algo salvo
bajar impuestos.
Los
economistas no están seguros de cómo explicar plenamente la creciente desigualdad
en USA. La dinámica ordinaria de oferta y demanda ciertamente ha desarrollado
un papel: las tecnologías ahorradoras de mano de obra han reducido la demanda
de muchos “buenos” empleos de clase media y de clase trabajadora. La
globalización ha creado un mercado mundial, enfrentando a costosos trabajadores
no calificados en USA contra baratos trabajadores no calificados en ultramar.
Los cambios sociales también han jugado un papel —por ejemplo, la declinación
de los sindicatos, que alguna vez representaron un tercio de los trabajadores
estadounidenses y ahora representan un 12%.
Pero una gran
parte de la razón para tener tal desigualdad es que el 1% superior así lo
quiere[7]. El ejemplo
más obvio se refiere a la política fiscal. Reducir las tasas fiscales sobre las
ganancias de capital, que es la manera en que los ricos reciben una gran parte
de su ingreso, ha dado a los estadounidenses más acaudalados un paseo casi
gratuito. Los monopolios o cuasimonopolios siempre[8] han sido
una fuente de poder económico —desde John D. Rockefeller a principios del siglo
pasado hasta Bill Gates a fines del mismo. La relajada aplicación de las leyes
anti-trust, especialmente durante las administraciones republicanas, ha sido un
regalo caído del cielo para el 1% superior. Mucha de la desigualdad de hoy se
debe a la manipulación del sistema financiero, facilitada por los cambios en
las reglas que han sido introducidas y pagadas por la propia industria
financiera— realmente una de sus mejores inversiones en la historia. El
gobierno prestó dinero a las instituciones financieras a tasas de interés
cercanas a cero y proporcionó generosos rescates en términos favorables cuando
todo lo demás falló. Los reguladores fingieron que no veían la falta de
transparencia y los conflictos de intereses.
Cuando Ud
observa la magnitud de riqueza controlada por el 1% superior en este país, es
tentador ver nuestra creciente desigualdad como la quintaesencia del desempeño
estadounidense —comenzamos retrasados, pero ahora nuestra desigualdad es de
clase mundial. Y parece que seguiremos ampliando este logro en los años por
venir, porque lo que lo hizo posible es auto-reforzable. La riqueza engendra poder, que a su vez engendra más riqueza.
Durante el escándalo de ahorros-y-préstamos de los 1980s —un escándalo cuyas
dimensiones, por las normas actuales, parece casi pintoresco— el banquero
Charles Keating interrogado por un comité congresional respecto si el 1.5 mdd
que había repartido entre unos pocos funcionarios electos clave podía realmente
comprar influencias. “Ciertamente así lo espero”, contestó[9].
La Suprema Corte, en su reciente caso Citizen United, ha consagrado el derecho
de las corporaciones a comprar al gobierno, suprimiendo los límites a los
gastos de campaña. El personal y los políticos están hoy en alineación perfecta.
Virtualmente todos los senadores estadounidenses, y la mayoría de los
representantes de la Cámara, son miembros del 1% cuando llegan, son mantenidos
en el puesto por dinero desde el 1% y saben que si sirven bien a éste, serán
recompensados por el 1% cuando dejen el puesto. En términos generales, los funcionarios
clave de la rama ejecutiva que elaboran las medidas de política comercial o
económica también proceden del 1% superior. Cuando las compañías farmacéuticas
reciben un regalo de un bdd (1012) —a través de una legislación que
prohibe al gobierno, el mayor comprador de medicamentos, regatear sobre los
precios[10]—
no debería causar sorpresa. No debería hacer que la quijada se caiga que una
ley fiscal no pueda ser emitida por el Congreso a menos que grandes recortes
fiscales sean aplicados a los ricos. Dado el poder del 1% superior, éste es el
modo que Ud esperaría que el sistema funcione.
La
desigualdad en USA distorsiona nuestra sociedad en todas las maneras posibles.
Hay, en primer lugar, un efecto bien documentado en el estilo de vida —la gente
fuera del 1% superior crecientemente vive más allá de sus medios. La economía
de dar privilegios a los ricos para que algo de esa riqueza escurra o se filtre
hacia abajo puede ser una quimera, pero la conducta del “escurrimiento” es muy
real. La desigualdad masivamente distorsiona nuestra política exterior. El 1%
superior rara vez sirve en el ejército —la realidad es que el ejército de
“sólo-voluntarios” no paga lo suficiente para atraer a sus hijos e hijas, y el
patriotismo va igualmente. Además, la clase más adinerada no siente las
estrecheces de los mayores impuestos cuando la nación va a la guerra: el dinero
pedido prestado pagará por todo eso. La política exterior, por definición, se
refiere al balanceo de los intereses nacionales y los recursos disponibles. Con
el 1% superior al comando, sin costarle nada, la noción de balance y
restricción sale por la ventana. No hay límites para las aventuras que podemos
emprender; las corporaciones y los contratistas están solamente para ganar. Las
reglas de la globalización económica están igualmente diseñadas para beneficiar
a los ricos: ellos impulsan la competencia entre países para conseguir
negocios, lo que presiona a la baja los impuestos a las corporaciones, debilita
las protecciones sanitarias y ambientales, y debilita lo que se acostumbraba
ver como derechos “básicos” del trabajador, que incluyen el derecho a la
negociación colectiva. Imagine cómo se vería el mundo si las reglas estuvieran
diseñadas en cambio para fomentar la competencia entre países para obtener
trabajadores[11]. Los
gobiernos competirían para proveer seguridad económica, bajos impuestos a los
asalariados ordinarios, buena educación y un medio ambiente limpio[12] —cosas que
a los trabajadores les importan. Pero son cosas que el 1% superior no necesita
cuidar.
O, más
exactamente, piensan que no necesitan. De todos los costos impuestos sobre
nuestra sociedad por el 1% superior, tal vez el mayor sea éste: la erosión de
nuestro sentido de identidad, en que el juego limpio, la igualdad de
oportunidades y un sentido de comunidad son tan importantes. USA se ha
enorgullecido desde hace mucho tiempo de ser una sociedad sin trampas[13], donde
todos tienen igual oportunidad de salir adelante, pero las estadísticas sugieren
algo diferente: las oportunidades de un ciudadano pobre, o aun de clase media,
para llegar a la cumbre en USA son menores que en muchos países de Europa. Las cartas están marcadas contra
ellos. Es este sentido de un sistema injusto sin oportunidades el que ha
dado lugar a conflagraciones en el Medio Oriente[14]:
precios crecientes de los alimentos y un persistente y creciente desempleo
entre los jóvenes simplemente sirvieron como pábulo. Con el desempleo juvenil
en USA en un 20% (y en algunos lugares, y entre algunos grupos
socio-demográficos, al doble de eso); con 1 de cada 6 estadounidenses deseando
un trabajo de tiempo completo que no puede conseguir; con 1 de cada 7
estadounidenses viviendo con estampillas de alimentos (y aproximadamente el
mismo número sufriendo de “inseguridad alimentaria”) —dado todo esto, hay
amplia evidencia de que algo ha bloqueado el cacareado “escurrimiento” desde el
1% superior hacia el resto. Todo esto está teniendo el efecto predecible de
crear alienación —la asistencia a votar entre los veinteañeros en la última
elección estuvo en el 21%, comparable a la tasa de desempleo[15].
En semanas
recientes hemos visto a la gente tomando las calles por millones para protestar
las condiciones políticas, económicas y sociales en las sociedades opresivas
que habitan. Los gobiernos han sido derrocados en Egipto y Túnez. Las protestas
han estallado en Libia, Yemen y Bahrein. Las familias gobernantes en otras
partes de la región miran nerviosamente desde sus penhouses con aire
acondicionado —¿ellos serán los siguientes?. Hacen bien en preocuparse. Son
sociedades donde una minúscula fracción de la población —menos de 1%— controla
la parte del león de la riqueza; donde la riqueza es un determinante básico del
poder; donde la corrupción arraigada de una manera u otra es un modo de vida; y
donde los más ricos a menudo activamente obstaculizan las políticas que
mejorarían la vida de la gente en general[16].
A medida que
vemos el fervor popular en las calles, nos asalta una pregunta: ¿Cuándo se dará
esto en USA?[17].
De maneras importantes, nuestro propio país ha llegado a ser como uno de esos
emproblemados lugares distantes.
Alexis de
Tocqueville una vez describió lo que veía como parte principal del genio peculiar
de la sociedad estadounidense —algo que llamó el “egoísmo debidamente entendido”.
Las últimas dos palabras eran la clave. Todo mundo posee el egoísmo en un sentido
estrecho: ¡Quiero lo que es bueno para mí, inmediatamente! El egoísmo “debidamente
entendido” es diferente. Significa apreciar que poner atención al egoísmo de
los demás —en otras palabras, el bienestar común— es de hecho una precondición
para el bienestar propio. Tocqueville no estaba sugiriendo que hubiera algo
noble o idealista en esta perspectiva —de hecho, sugirió lo opuesto. Era una característica
del pragmatismo estadounidense. Estos astutos estadounidenses entendían un
hecho básico: estar al pendiente de los demás no sólo es bueno para el alma— es
bueno para los negocios[18].
El 1%
superior tiene las mejores casas, la mejor educación, los mejores médicos y los
mejores estilos de vida, pero hay una cosa que el dinero no parece haber
comprado: la comprensión de que el destino de ellos está ligado a cómo vive el
99% restante. A través de la historia, esto es algo que el 1% superior eventualmente
aprende. Demasiado tarde.
USA
tiene aproximadamente 340 mill. de habs (1%=3.4 mill; resto: 336.6 mill). El
PIB per cápita varía según la fuente que se tome; Wikipedia ofrece tres: FMI
(49,601), BM (47,153) y CIA (48,100). El promedio simple da 48,285dls. De esta
cifra y la población, se estima el PIB total (16.417 bdd); si se toma 1/4 y
se divide entre 3.4 mill, da un PIB per cápita de 1.207 mdd; los 3/4 del PIB total entre 336.6 mill da un PIB per
cápita de 36,579 dls. Es decir, 33 veces menos que el recibido
por el 1%. Si a eso se agrega que el 1% a menudo puede evadir los impuestos,
podemos tener una idea de lo que significa la disparidad en la distribución del
ingreso.
[3] Aquí el autor, como el cuento del alacrán picando a la
tortuga a mitad del río, escribe lo que simplemente “está en su naturaleza”. No
hay la más mínima evidencia en cuanto a Irán, pero no puede evitar poner su
granito de arena al esfuerzo neocon.
[4] ¿Tratando de crear un mito genial? Al contrario, su
labor ha sido muy lucrativa para sus compañías (eso sí, a costa del resto de la
sociedad); por eso han sido retribuidos ampliamente. Es cosa de preguntarse si
los principales accionistas tienen por costumbre regalar esas cantidades
millonarias a cambio de nada.
¿Será que el premio Nobel Stiglitz no
alcanza a ver lo obvio, o tendrá otras razone$ para escribirlo?
[5] Pero curiosamente no se sintieron impulsadas a cancelarlos.
¡Qué raro!, ¿verdad?; especialmente, si como afirmas, su contribución fue
negativa para las propias compañías. ¿No será más bien que su contribución para
ellos y sus compañías fue altamente lucrativa.... a costa de la sociedad y
quieres hacer aparecer estas compañías como víctimas?
[6] El
autor soslaya el hecho de que el 1% superior no se contenta con quejarse o
preocuparse del gobierno; busca controlarlo y, de hecho, lo hace; lo que ocurre
no es casualidad.
[7] En
lenguaje técnico se llama «crony
capitalism» (=capitalismo de cuates, de compinches), aunque el autor,
inexplicablemente, evita llamarlo por su nombre.
[9] Verdadera apología del cinismo; cinismo y robo de
3000 mdd castigados con apenas 2 años en la cárcel.
[10] O
sea que en este caso el libremercado no debe dejársele actuar. ¿Dónde quedó la
mano invisible pregonada por Adam Smith?
[11] Lo que pasa es que las medidas en los países
desarrollados (especialmente USA) para conseguir trabajadores son de naturaleza
más sutil: empinar la agricultura (como el caso de México luego de 1917), crear
un régimen comunista (Cuba en 1959), o fomentar violencia y guerra civil
(desmembramiento de Yugoeslavia en los 1990s, ¿Operación Rápido y Furioso en México?).
[12] ¿Y subir los costos? ¿Acaso te has vuelto loco
Joseph? Además, tenemos la inagotable y baratísima mano de obra china. ¿Por qué
crees que fuimos allá? En lugar de traer mano de obra, llevamos las fábricas.
[13] ¡Por favor! ¿Quién esperas que crea eso? El estadounidense
medio todavía lo cree, pero la verdad es que la mayoría de las transas y
frauden se elaboran allá y eventualmente se exportan.
[14] De nuevo, intentando crear “mitos geniales”.
¿Alguien ha vuelto a oír de las “redes sociales” que dizque derribaron a Hosni
Mubarak en Egipto?. El autor omite muy convenientemente un pequeño detalle: La «Primavera Árabe»,
que en toda su existencia no ha dado UN SOLO fruto favorable a los árabes (y
que el ministro libanés del Interior, Marwan Charbel, calificó de «Primavera
Israelí»), lo que menos
tuvo fue espontaneidad. Fue asesorada, financiada, impulsada (y hasta
armada) por las OGIs (organizaciones gubernamentales informales)
estadounidenses tales como el International Republican Institute, el Democratic
National Institute, la National Endowment for Democracy, Freedom House, etc,
utilizando las técnicas de “insurgencia civil” desarrolladas por el profesor
estadounidense Gene Sharp, ya probadas en el desmembramiento de Yugoeslavia, en
el derrocamiento de S.Milosevic y luego en las “revoluciones de color” en
Ucrania, Georgia, etc.
[16] Precisamente esa preocupación ha provocado que,
contra todos los pronósticos, los gobernantes de Arabia Saudita, Qatar,
Turquía, etc, se alíen con los instigadores de los desórdenes, creyendo que cediendo
ante el enemigo éste les va a permitir seguir.
[18] Parece
que Ivan Boesky, Michael Miliken, Charles Keating, Bernie Ebbers, Kenneth Lay,
Allen Stanford, Bernard Madoff y un larguísimo etcétera no lo practicaron lo
suficiente; otros como Donald Rumsfeld, accionista de la farmacéutica
productora de vacunas, salió bastante bien librado del fraude mundial de la “gripe
porcina”.
El propio autor está intentando crear mitos geniales: tres renglones más arriba declaró que Tocqueville pensaba que el "egoismo debidamente entendido" de los "astutos estadounidenses" era lo opuesto a "algo noble e idealista". Y luego afirma que "eso es no sólo bueno para el alma, sino también para los negocios". ¡Por favor! ¡Eso que te lo crea tu abuelita!
El propio autor está intentando crear mitos geniales: tres renglones más arriba declaró que Tocqueville pensaba que el "egoismo debidamente entendido" de los "astutos estadounidenses" era lo opuesto a "algo noble e idealista". Y luego afirma que "eso es no sólo bueno para el alma, sino también para los negocios". ¡Por favor! ¡Eso que te lo crea tu abuelita!
Sobre esa
mitología enunciada por Tocqueville, el escritor inglés Gilbert K. Chesterton se refirió a ella el 09-Ago-1924: «Fue el dogma místico de Bentham, Adam Smith y demás,
que una de las peores pasiones humanas resultaría ser para bien. Fue la
misteriosa doctrina de que el egoísmo haría el trabajo del desinterés».
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