Odiar a Rusia es un Empleo de Tiempo Completo. “¿Quién Dirige la Hostilidad hacia Rusia?”
Por Philip
Giraldi 05-Jun-18
FUENTE:
https://www.globalresearch.ca/hating-russia-is-a-full-time-job-who-is-driving-the-hostility-towards-russia/5643138
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traducción. Igualmente lo destacado en amarillo aparece como texto simple en el
original.
Habiendo recién llegado de un viaje a Rusia,
estoy complacido de reportar que el pueblo ruso y las autoridades que encontré
no desplegaron ninguna crítica hacia los estadounidenses, lo que yo medio
esperaba como respuesta a la denigración de Moscú y todas sus obras que
impregna a los medios y el Establishment de USA.
Ciertamente, muchos
rusos con los que hablé fueron rápidos en criticar a la administración Trump
por su desempeño acalorado y frío respecto a los vínculos bilaterales con Moscú
mientras expresaban desconcierto en cuanto a por qué la relación se había
deteriorado tan rápidamente, pero este enojo por la política exterior no
necesariamente se traduce en el desprecio del pueblo y modo de vida
estadounidenses que caracterizó el período soviético. Al menos no todavía.
Para mi sorpresa, los rusos ordinarios fueron también
rápidos para criticar abiertamente al presidente Vladimir Putin por sus
tendencias autocráticas y su disposición a seguir tolerando la corrupción, pero
todos con los que hablé también concedieron que él había actuado
constructivamente y mejorado grandemente la vida de la gente ordinaria. Putin
sigue siendo inmensamente popular.
Una pregunta que surgió con frecuencia fue "¿Quién está
impulsando la hostilidad hacia Rusia?" Respondí que la respuesta no es tan
simple y que hay una cantidad de electores que, por una razón u otra, necesitan
un enemigo poderoso para justificar políticas que de lo contrario, serían
insostenibles. Los contratistas de defensa necesitan un enemigo para justificar
su existencia, mientras que los congresistas necesitan a los contratistas para
financiar sus campañas. Los medios necesitan una buena historia de miedo para
ayudar a venderse y el público también está acostumbrado a tener un mundo en el
que las terribles amenazas acechan justo debajo del horizonte, incrementando
así el apoyo al control gubernamental de la vida cotidiana para mantener a
todos "seguros".
Y luego están los neoconservadores. Como siempre, son una
fuerza perceptible para la destrucción creativa, como ellos mismos dicen; sin
duda primeros en línea para obtener financiamiento para sus fundaciones y think
tanks, en los que no escatiman en gastos, pero también impulsados
ideológicamente, lo que los ha convertido en la vanguardia intelectual del
partido belicista. Proporcionan el marco intelectual aceptable para que USA se
haga cargo del mundo, metafóricamente hablando; y constituyen la fuerza de choque
que siempre está lista para aparecer en las entrevistas televisivas o para ser
citada en los medios con un inteligente e ingenioso comentarista que pueda usarse
para justificar lo impensable. A cambio, son generosamente recompensados con
dinero y estatus.
Los neoconservadores creen solamente en dos cosas. Primero,
que USA es la única superpotencia mundial y que alguna Entidad Divina le ha
dado licencia para ejercer el liderazgo global por la fuerza si es necesario.
Eso ha sido traducido al público como "excepcionalismo
estadounidense". De hecho, el intervencionismo de USA en la práctica ha sido preferentemente por
fuerza mayor ya que deja poco espacio para el debate o la discusión. Y el segundo
principio rector neoconservador es que se debe hacer todo lo posible para
proteger y promover a Israel. Sin estas dos creencias, no tienes a un neocon.
Los padres fundadores del neoconservatismo fueron los
"intelectuales" judíos de Nueva York que evolucionaron (o regresaron)
de ser terroristas arrojabombas [o de ser
interrogadores en la Lubianka] y se metamorfosearon en "conservadores", un proceso que
autodefinieron como "idealismo asaltado por la realidad". La única realidad es que siempre
han sido falsos conservadores, adoptando una serie de agresivas políticas
de política exterior y posiciones de seguridad nacional, mientras que en
privado respaldan la línea liberal judía estándar sobre cuestiones sociales. El fanatismo neocon sobre los
temas que promueven también sugiere que bastante más que un poco del trotskismo
permanece en su carácter; de ahí su tenacidad y habilidad para
deslizarse entre los partidos Demócrata y Republicano, mientras que también se
muestran cómodamente en medios dispares considerados como liberales o
conservadores, es decir, tanto en Fox News como en programas de MSNBC apareciendo
con gente como Rachel Maddow.
Durante mucho tiempo he creído que el odio de corazón a
Rusia proviene de los neoconservadores y es, en gran medida, tribal o, si se
prefiere, étnico-religioso. ¿Por qué? Porque si los neoconservadores fueran de
verdad realistas en política exterior, no existe una buena razón para expresar
ninguna aversión visceral hacia Rusia o su gobierno. Las acusaciones de que Moscú
interfirió en las elecciones presidenciales de USA en 2016 son claramente una
farsa; al igual que las historias del supuesto envenenamiento ruso de los
Skripal en Winchester, Inglaterra y, más recientemente, el supuesto asesinato
del periodista Arkady Babchenko en Kiev que resultó ser una falsa bandera.
Incluso el examen más superficial de los desarrollos de la última década en
Georgia y Ucrania revela que Rusia estuvo reaccionando legítimamente a las
principales amenazas de seguridad diseñadas por USA con un poco de ayuda de
Israel [¿un poco, cuando muchos neocons tienen doble
nacionalidad?] y otros. Desde la Guerra Fría, Rusia no ha amenazado a USA
y su capacidad de volver a adquirir sus antiguos satélites de Europa del Este
es una fantasía. Entonces, ¿por qué el odio?
De hecho, los neoconservadores se entendieron bastante bien
con Rusia cuando ellos y sus abrumadoramente judíos oligarcas y ladrones
internacionales de productos básicos con sus amigos financieros [occidentales] saquearon los recursos de la antigua
Unión Soviética bajo el desafortunado Boris Yeltsin durante la década de los 1990s.
Las alarmas sobre la supuesta amenaza rusa solo reaparecieron en los medios y
think tanks dominados por los neoconservadores cuando el anticuado nacionalista
Vladimir Putin asumió el cargo y convirtió en objetivo principal de su gobierno
cerrar el grifo del dinero [es que eso sí duele].
Con los saqueos detenidos por Putin, los neoconservadores y
amigos ya no tenían ningún motivo para respetar los convencionalismos, por lo
que usaron sus considerables recursos en los medios y dentro de las salas del
poder en lugares como Washington, Londres y París para volverlos contra Moscú.
Y también podrían haberse dado cuenta que se avecinaba una amenaza peor. ¡El
gobierno de Putin parecía estar resucitando lo que los neoconservadores podrían
percibir como pogromos que plagaron la Santa Rusia! Las viejas iglesias
arrasadas por los bolcheviques estaban siendo reconstruidas y la gente
nuevamente iba a misa, afirmando la
creencia en Jesucristo. La antigua Plaza Roja ahora alberga un mercado
navideño, mientras que la tumba cercana de Lenin solo abre una mañana de la
semana y atrae pocos visitantes.
Me gustaría sugerir que es muy posible que los
neoconservadores, históricamente bien informados, simplemente estén anhelando
los buenos viejos tiempos bolcheviques en Rusia. El hecho es que gran parte del
ateísmo del Estado bolchevique fue impulsado por la gran sobrerrepresentación
de judíos en el partido en sus días formativos. El estudio de 1920 del
periodista británico Robert Wilton, meticulosamente estudiado, "Los últimos días de los Romanov",
describe cómo David R. Francis, embajador de los Estados Unidos en Rusia,
advirtió en un mensaje de enero de 1918 a Washington que:
“A los líderes bolcheviques aquí, la mayoría de los
cuáles son judíos y 90% de ellos son exiliados que han vuelto, poco les importa
Rusia o cualquier otro país, pero son internacionalistas y están tratando de
iniciar una revolución social mundial”.
William Oudendyke,
embajador holandés, se hizo eco de ese sentimiento, escribiendo que:
“A menos que el bolchevismo sea cortado de raíz
inmediatamente, se extenderá de una forma u otra sobre Europa y el mundo
entero, ya que está organizado y operado por judíos que no tienen nacionalidad,
y cuyo único objetivo es destruir para sus propios fines el orden de cosas
existente”.
El más grande escritor ruso del siglo 20, Alexander
Solzhenitsyn, festejado en Occidente por su firme resistencia al autoritarismo
soviético, de repente se encontró sin amigos por los medios y el mundo
editorial cuando escribió "Dos
siglos juntos: una historia ruso-judía hasta 1972", relatando algo del
lado oscuro de la experiencia ruso-judía. En particular, Solzhenitsyn citó la
sobrerrepresentación significativa de los judíos rusos tanto como bolcheviques y,
con anterioridad a esa época, como propietarios de siervos.
Los judíos desempeñaron un papel particularmente
desproporcionado en la policía secreta soviética, que comenzó como la Cheka y
finalmente se convirtió en la KGB. El historiador judío Leonard Schapiro señaló
cómo "cualquiera que tuvo la desgracia de caer en manos de la Cheka"
tenía muchas posibilidades de encontrarse con, y posiblemente un disparo, de un
investigador judío". En Ucrania, "los judíos conformaron casi el 80%
de los agentes miembros de la Cheka".
A la luz de todo esto, no debería sorprender a nadie que el
nuevo gobierno ruso [más bien soviético, que no es lo
mismo] de 1918 emitiera un decreto pocos meses después de tomar el
poder, convirtiendo el antisemitismo en un crimen en Rusia. El régimen
comunista se convirtió en el primero en castigar criminalmente cualquier
sentimiento antijudío.
Wilton usó documentos oficiales del gobierno ruso para
identificar la composición del régimen bolchevique en 1917-9. Los 62 miembros
del Comité Central incluían a 41 judíos, mientras que la Comisión Extraordinaria
de la Cheka en Moscú, de sus 36 miembros 23 eran judíos. De los 22 integrantes
del Consejo de Comisarios del Pueblo 17 eran judíos. Según los datos
proporcionados por las autoridades soviéticas, de los 556 funcionarios más
importantes del Estado bolchevique en 1918-1919, había: 17 rusos, 2 ucranianos,
11 armenios, 35 letones, 15 alemanes, 1 húngaro, 10 georgianos, 3 polacos, 3
finlandeses, 1 checo y 458 judíos.
En 1918-1919, el poder gubernamental efectivo de Rusia
descansaba en el Comité Central del partido bolchevique. En 1918 este cuerpo
tenía 12 miembros, de los cuales 9 eran de origen judío y 3 eran rusos. Los 9
judíos eran: Trotsky, Zinoviev, Larine, Uritsky, Volodarski, Kamenev, Smidovich,
Yankel y Steklov. Los 3 rusos eran: Lenin, Krylenko y Lunacharsky.
La diáspora comunista en Europa y USA también era en gran
parte judía, incluida la camarilla de fundadores del neoconservadurismo en la
ciudad de Nueva York. El Partido Comunista de USA desde el principio fue
predominantemente judío. Fue en la década de 1930 encabezada por el judío Earl
Browder, abuelo del actual vendedor de aceite de serpiente Bill Browder [fundador y presidente del fondo de inversiones Hermitage
Capital Management, quien durante 2006 y 2007 “ganó” entre 165 y 200 mdd/año],
quien ha proclamado santurronamente su deseo de castigar a Vladimir Putin por
varios supuestos altos crímenes. Browder es un hipócrita completo que ha
fabricado y vendido al Congreso una narrativa en gran medida falsa y egoísta
relacionada con la corrupción rusa [en 1998 Browder
renunció a la ciudadanía de USA para no pagar impuestos y es buscado en Rusia
por múltiples cargos; su estrategia ha sido autoproclamarse activista
anti-corrupción, igualito que el «Ya sabes quién»]. Tampoco sorprende que sea un favorito de
los medios neoconservadores en los Estados Unidos. Se ha dicho más que
plausiblemente que Browder fue un saqueador de los recursos de Rusia en la
década de 1990 y los tribunales rusos lo han condenado por evasión fiscal,
entre otros crímenes.
La innegable afinidad histórica de los judíos por el tipo
de comunismo bolchevique, junto con la judeidad de los llamados oligarcas [de
los cuales, una buena parte se ha asilado en Israel], sugiere
que el odio a una Rusia que ha dado la espalda a esos aspectos particulares de
la herencia judía podría ser al menos parte de lo que impulsa algunos
neoconservadores [Karl Radek, en alguna ocasión declaró que
Moisés había conducido a los judíos fuera de Egipto y que Stalin —cual nuevo
Moisés— los estaba conduciendo fuera... ¡pero del Politburó! Por eso, luego de
Hitler, Stalin es su villano favorito]. Al igual que en el caso de Siria
que los neoconservadores, inclinándose por los intereses de Israel, prefieren
ver en el caos, algunos podrían desear un retorno a los viejos tiempos de
saqueo por intereses extranjeros en su mayoría judíos, como en la época de
Yeltsin; o incluso mejor, en los embriagadores
días del bolchevismo de 1918-19 cuando los judíos gobernaban toda Rusia.
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