La Oligarquía Estadounidense: Una Reseña
Por Chris
Wright 03-Jul-18
FUENTE:
https://www.globalresearch.ca/the-american-oligarchy-a-review/5646235
Los
consumidores de los medios de izquierda están bien conscientes que USA es una
oligarquía, no una democracia. Todos con un cerebro funcionando, de hecho,
deberían estar conscientes de ello ahora: aun los científicos políticos de los
principales medios lo reconocen, como se muestra en el famoso estudio del 2014
por Martin Gilens y Benjamin I. Page. Sin embargo, es importante seguir
difundiendo el carácter oligárquico de USA, para deslegitimar las instituciones
que han destruido la democracia (en la medida que alguna vez existió) e
inspirar a la gente a tomar medidas para restaurarla. El libro American
Oligarchy: The Permanent Political Class (2017), de Ron Formisano, es una
valiosa contribución a este proyecto colectivo.
“American Oligarchy
no ha sido escrito”, dice Formisano, “con el propósito de proponer una salida
de la Nueva Edad Dorada, sino para desacreditar a la clase política exhibiendo
con lujo de detalles su estiércol entre las cubiertas”.
Formisano ciertamente logra su objetivo: la "clase
política" sale apestando, sí, de un
pantano, una ciénega moral putrefacta. Esta "capa interconectada de gente
de altos ingresos y de aquellos que luchan por la riqueza, incluidos muchos
políticos dentro y fuera de la oficina, cabilderos, consultores, burócratas
designados, encuestadores, famosos periodistas de televisión (pero no
reporteros de investigación) y los políticamente conectados en la capital del
país y en los estados” traen a la mente en su hedonismo, corrupción, adoración
del dinero y vertiginosa miopía, la decadente aristocracia apegada al Senado en
la tardía República Romana, codiciosa más allá de los sueños de avaricia.
El término "aristocracia" es apropiado, porque
Formisano argumenta convincentemente que USA se dirige más allá de la
oligarquía hacia una aristocracia de riqueza heredada, completa con todos los
símbolos ideológicos y culturales de la aristocracia. Nuestros exaltados
rentistas y sus proveedores de servicios tienen las actitudes habituales del
privilegio aristocrático a todas las cosas buenas en este mundo (con exclusión
de los no-ricos), escupiendo rabia ante la perspectiva ocasional de perder una
partícula de su preferencial tratamiento fiscal, y la valorización del
nepotismo como primera entre las virtudes. "El nepotismo rampante de la
clase política alimenta la galopante desigualdad socioeconómica del siglo 21".
Las principales diferencias entre la aristocracia estadounidense de hoy y, digamos,
la aristocracia francesa del siglo 18, parecen ser que la primera tiene gustos culturales (y arquitectónicos) incomparablemente
inferiores que la segunda y es incomparablemente más destructiva de la sociedad
y del medio ambiente natural.
Los círculos en los que se mueven los líderes políticos de
la nación y sus miles de muy adinerados secuaces recuerdan a una enorme corte
del siglo 18. Más de la mitad de los miembros del Congreso son millonarios, con
un valor total en 2013 de 4,300 mdd; pero incluso aquellos cuyo ingreso es de apenas
seis cifras pueden vivir como millonarios. La razón es que los engranajes de
Washington están engrasados por una "economía de regalos", que, para
citar al ex cabildero Jack Abramoff, equivale a "un sistema de soborno
legalizado". Todo es soborno, cada pedacito".
En 2007, el Congreso aprobó una ley que prohíbe a los
cabilderos dar regalos a los representantes, pero, como dice Abramoff, en realidad
"simplemente barajaron el mazo de cartas ... Todavía juegan el mismo
juego". Los comités de campaña y los "PAC de liderazgo" pagan
por los muchos viajes lujosos que los legisladores toman en todo el mundo, al
igual que los grupos de presión y los donantes. Excursiones de golf, lujosas
"conferencias", pesca en los Cayos de Florida, esquí en Colorado,
viajes a París, Viena o Hawái, innumerables fiestas costosas y recepciones y
desayunos con cabilderos y donantes: todo es pagado con dólares de impuestos o
por varios comités, empresas de cabildeo, intereses corporativos, etc. Además
de la influencia obviamente corruptora de todo este soborno legalizado, importa
mucho que "los políticos no tengan experiencia de pobreza". De hecho,
de 1998 a 2008 solo 13 miembros del Congreso provinieron de ambientes obreros,
y hace mucho que dejaron atrás esa experiencia. No es de extrañar que la
política casi nunca favorezca a la clase trabajadora.
Mientras que en 1970 solo el 3% de los miembros que abandonaron el
Congreso pasaron a cabildear, ahora más de la mitad lo hace. Al igual que miles
de asistentes del Congreso. Además de reforzar la insularidad y la camaradería
de la cultura en el área al interior del Periférico (de Washington), este
"éxodo acelerado de empleados hacia K Street... ha tenido el efecto de
aumentar el poder de los grupos de presión acortando la duración total del
personal". A medida que este último grupo se vuelve más joven y con menos
experiencia, los grupos de presión asumen un papel cada vez más importante en
la elaboración de la legislación, una legislación cada vez más alrevesada que
es difícil de comprender incluso para el personal, lo que aumenta aún más el
poder de los cabilderos.
Formisano documenta con admirable minuciosidad el hecho de
que la principal preocupación de los políticos y los políticamente conectados
tanto en la capital del país como en los estados es cuidar de "mí y lo mío".
El medio más obvio y común de hacerlo es monetizar el público servicio propio,
pero casi tan común es la práctica del nepotismo. "[L]a clase política
practica el nepotismo de forma rutinaria, descarada y desvergonzadamente, dando
a sus ‘sobrinos’ trabajos fáciles, promociones, un lugar al frente de la
línea." Donald Trump puede (como era de esperar) ser aún más desvergonzado
que la mayoría, con el uso político de su hija, su yerno y sus hijos —uno de los cuales ha comentado con
franqueza que el nepotismo "es algo hermoso". Pero la segunda
administración Bush llevó el nepotismo a las alturas del arte, dados, por
ejemplo, los roles importantes de Liz Cheney, su esposo y su yerno; los
hermanos Mehlman, los McLellan, los Powell, y Ted Cruz y su esposa; los Martin,
los Ackerly y los Ullman, etc. El gobierno de Obama tampoco era inocente,
aunque no llegó a los extremos de su predecesor. A los hijos de los
gobernadores y miembros del Congreso también les va bien, ya sea sirviendo en la
política, en bufetes de abogados, en negocios que se benefician de las conexiones
políticas o como cabilderos.
Los medios están casi tan plagados de nepotismo como la
política. Cuando su madre era Secretaria de Estado, NBC contrató a Chelsea
Clinton como periodista de televisión, ganando $600,000 al año ($26,724 por
cada minuto que fue televisada). Andrea Koppel, Anderson Cooper, Jeffrey Toobin
y Chris Cuomo de CNN son beneficiarios del nepotismo, al igual que (en otros
canales y publicaciones) Douglas Kennedy, Chris Wallace, Mark Halperin, Mika
Brzezinski, Bill Kristol, Ronan Farrow, Luke Russert, Meghan McCain, Jenna
Bush, Jackie Kucinich y otros. Formisano concluye,
"Ya sea que se trate de literatura, televisión,
entretenimiento o política, el sello distintivo de esta Nueva Edad Dorada de la
Desigualdad es el 'favoritismo desnudo y descarado' y el desvergonzado descaro
de quienes lo dan y lo reciben".
American Oligarchy
también contiene largas discusiones sobre el mundo sin fines de lucro,
específicamente sobre sus aportaciones a la creciente desigualdad de los
ingresos. El sector sin fines de lucro emplea al 10% de la fuerza de trabajo de
USA, y en 2010 las corporaciones, el gobierno y las personas donaron 300,000 mdd
a empresas benéficas. Cada año se pierden al menos 40,000 mdd por "fraude,
robo, enriquecimiento personal de ejecutivos y apropiación indebida". En
general, la cultura de las grandes organizaciones sin fines de lucro es
aproximadamente la de la clase política permanente en Washington.
Por ejemplo, los presidentes de universidades y los
directores ejecutivos de hospitales pueden ganar millones de dólares al año, y
eso no incluye beneficios como bonos, compensación diferida, asignaciones para
automóviles y planificación financiera. En los mismos años en que la deuda
estudiantil se ha disparado y el financiamiento estatal ha disminuido, las
fundaciones universitarias se han utilizado como fondos discrecionales para
grandes pagos y gastos personales para presidentes y otros administradores. Aún
más atroz, los hospitales sin fines de lucro han iniciado cientos de demandas contra
pacientes que no podían pagar y que rutinariamente han tenido órdenes de
arresto emitidas y deudores encarcelados. Por el contrario, se han presentado
demandas contra cientos de hospitales en diecisiete estados por extorsionar a
los pobres.
En otros casos, las organizaciones sin fines de lucro se han
convertido en aliados de las fuerzas que supuestamente deben enfrentar. Una
instancia particularmente escandalosa es The Nature Conservancy, "con mucho
el grupo verde más rico con más de 6,000 mdd en activos". En su consejo de
administración y comités asesores están sentados ejecutivos de compañías
petroleras y químicas, empresas mineras y madereras, fabricantes de
automóviles, generadoras de electricidad que queman carbón, que tienen
influencia sobre las políticas del grupo. Incluso mientras conserva millones de
acres, The Nature Conservancy ha talado bosques, perforado para gas natural
bajo el último territorio de cría de un tipo de ave en peligro de extinción, ha
invertido millones en compañías de energía, ha cultivado relaciones con
contaminadores como ExxonMobil y BP, y ha vendido su nombre y logotipo a las
empresas que luego reclaman un crédito inmerecido por ser verdes. De manera
similar, la Federación Mundial de Vida Silvestre mantiene relaciones estrechas
con Monsanto y la empresa de aceite de palma Wilmer, que destruye la selva
lluviosa.
En cualquier
caso, la evidencia que Formisano ha reunido demuestra que la corrupción moral
de la aristocracia estadounidense ha contaminado por completo el mundo
ostensiblemente desinteresado y caritativo de las organizaciones sin fines de
lucro. Desde museos, bibliotecas públicas y organizaciones de derechos humanos
hasta orquestas sinfónicas, grupos de veteranos y organizaciones ambientales,
la compensación excesiva de ejecutivos, los lazos corporativos y la corrupción
total han pervertido la misión pública de las organizaciones sin fines de
lucro.
American Oligarchy no es una lectura
edificante. Su capítulo sobre Kentucky, un estudio de caso de corrupción
política en un estado pobre, es, a pesar del tono analítico desapegado, a veces
desgarrador, en particular cuando reflexionas sobre todo el sufrimiento humano
que es el corolario de la venalidad y la codicia de la aristocracia. Por un
lado, están las ganancias de Purdue Pharma en miles mdd, y el poder y dinero
para una clase política cómplice; por otro lado están las innumerables muertes
por opiáceos y vidas arruinadas por la adicción.
Pero libros
como éste son indispensables en su crudeza, ya que vivimos en tiempos sombríos
que requieren exposiciones sin trabas. Quizás a medida que crezca la reacción
en contra de Donald Trump, American
Oligarchy y libros similares adquirirán un amplio número de lectores y así
contribuirán a la radicalización de una generación.
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