viernes, 19 de abril de 2013

Una "hazaña" jacobina que vale la pena recordar


La Matanza de los Ilustrados
Giulio Meotti             Il Foglio 18-Mar-13
FUENTE: http://www.ilfoglio.it/soloqui/17377

Las notas de pie de página y lo marcado en amarillo NO vienen en el original y fueron puestos por el traductor.

La Vandea es un nombre presagio de la masacre de los inocentes, semejante a la noche de San Bartolomé, de Guernica, de Srebrenica. Sin embargo, en Francia, a más de dos siglos de distancia, la Vandea permanece como un escándalo difícil de manejar. La palabra «Vandea» hasta hace pocos años era sinónimo de católico reaccionario. Son los «chouans», búhos malditos. Santurrones, enemigos de la Revolución, siervos de los nobles, sanguinarios[1].
De la Vandea se ha vuelto a hablar en Francia, en el parlamento, en los periódicos y en las pantallas televisivas. El UMP, partido de oposición, ha presentado a la Asamblea Nacional un proyecto de ley que tiene el propósito de reconocer el «genocidio vandeano», que tuvo lugar, en forma más intensa, entre 1793 y 1796, por obra de las tropas revolucionarias de Robespierre en los enfrentamientos contra los habitantes de la región campesina de la Vandea. Los partidarios de la tesis del

genocidio hablan de una «conspiración de silencio», en la cual la política y la historiografía habrían conspirado para que cayese en el olvido el gran sacrificio de los vandeanos, culpables de haber defendido sus convicciones religiosas contra el nuevo poder ateo y jacobino. Las «infames columnas» republicanas realizaron despiadadas masacres contra los vandeanos, dejando sobre el terreno de doscientos cincuenta a trecientosmil muertos.

Bandera de la Vandea
«Si se aprobara la propuesta sobre el genocidio, la República aceptaría por primera vez el verse en el espejo», ha escrito en la revista Causeur el historiador Frédéric Rouvillois. «Por primera vez se reconocería el terrible delito que ha marcado el inicio de su propia historia». De opinión opuesta es el historiador de la revolución francesa, Jean-Clément Martin: «Los crímenes son crímenes, pero falta la lógica». Significa que los vandeanos no fueron exterminados en cuanto tales, sino que fueron víctimas de una guerra civil[2]. Así lo explica Alain Gerard: «La Revolución no podía admitir que el pueblo se rebelara contra ella. Por esto la Vandea debía desaparecer[3]».
La tesis del genocidio ha sido impulsada por Reynald Secher, uno de los más grandes historiadores de las guerras vandeanas, según el cual «esas represalias no correspondieron a actos horribles, pero inevitables, que se verifican en la furia de los combates de una larga y atroz guerra, sino (que fueron) propiamente masacres premeditadas, organizadas, planificadas y cometidas a sangre fría, masivas y sistemáticas, con el propósito consciente y proclamado de destruir una región bien definida y de exterminar todo un pueblo, de preferencia mujeres y  niños» («Il genocidio vandeano», EFFEDIEFFE Edizioni, 1989).
La Vandea es mito y tabú, tanto que la masacre a la iglesia de Petit Luc en Roche sur Yon viene comparada a la masacre nazi de Oradour en 1944. El líder de la izquierda militante Jean-Luc Mélenchon ha protestado vivamente por un programa televisivo transmitido en el canal France 3, donde Robespierre fue llamado «el carnicero de la Vandea» (le bourreau de la Vendée). También el semanario Nouvel Obs ataca el documental de Frank Ferrand, en el cual los ejércitos jacobinos fueron comparados con las Einsatzgruppen nazis. Los sacerdotes que se sublevaron en la Vandea eran llamados «cuervos negros». Escoltados por guardias mal vestidos con la insignia tricolor en los sombreros, las carretas de la Revolución iban cargadas con estos curas refractarios denominados «no-juramentados», aquellos que no habían jurado, que habían mantenido la fidelidad a la autoridad del Pontífice, cancelada por decreto. Georges Jacques Danton habría querido hacer un ramillete de todos los curas refractarios que lograba capturar, embarcarlos en Marsella y arrojarlos en alguna parte de las costas del Estado de la Iglesia, como 3 décadas antes Sebastiaõ José de Carvallo y Melo, marqués de Pombal, iluminado[4] primer ministro, del iluminado rey José I, había intentado hacer con los jesuitas expulsados de Portugal.
Todos los libros en latín aunque fueran los simples «Coloquios» de Erasmo de Rotterdam, terminaron en la hoguera. Los sacerdotes en la trampa de Rochefort fueron más de cuatrocientos. En sus escudillas de madera la Revolución sirvió solo carne podrida, merluzos echados a perder, malsanas habas de pantano. El agua estaba contaminada. A quien pedía más, los fieles secuaces de la Diosa Razón respondían de servirse la que quisieran, apuntando con el dedo al océano. Hubo rápidamente casos de delirium tremens, de locura. En pocas semanas fue una carnicería de sacerdotes. Los guardianes abandonaron la nave. Los muertos eran arrojados al mar o sepultados en los pantanos. Para no equivocarse alguno fue sepultado mientras aun respiraba.
En la Vandea la guerra no tuvo un centro, sino que se dio en todos lados, porque dondequiera que hubiera un vandeano, niño o adulto, hombre o mujer, la República veía un «soldado enemigo». Ninguna de las reglas del antiguo arte militar fue respetada en esta guerra, porque fue la «primera guerra moderna», en la que se hizo de los civiles carne de cañón. En la Vandea las armas principales fueron las oraciones en las iglesias solitarias, las coronas de rosario en los ojales, los «sagrados corazones» cosidos a la ropa, las procesiones y las reuniones en los bosques, los juramentos para negarse al reclutamiento, los relatos de milagros, fue la revuelta de todo un pueblo, en el cual las conspiraciones se ocultaban detrás del altar de cada pueblo campesino. Los sacerdotes oficiaban en los páramos y en los pantanos. Por primera vez se armaron los campesinos. Mientras en otras partes de Francia han sido las clases superiores las que han impulsado al pueblo, en la cristianísima Vandea fue el pueblo quien impulsó a las clases superiores.
A despecho de cierta historiografía, los campesinos de la Vandea no eran más monárquicos que los demás, ni fueron serviles partidarios del Ancien Régime. Eran profundamente católicos. El origen de esta fidelidad vandeana a la Iglesia tenía raíces antiguas, que se hunden en un pasado de simpatías calvinista y en la obra catequisadora de los misioneros de la Compañía de María y de las Hijas de la Sabiduría.
El general vandeano era un vendedor ambulante. Se llamaba Jean Cathelineu, para todos «el santo de Anjou». Intentaba amasar el pan, cuando oye la voz que le ordena levantarse y ponerse a la cabeza de esta guerra santa. Guía una muchedumbre armada de hoces, bastones y pocos fusiles, en las que las mujeres, en los campos y en los bosques, rezan de rodillas por la victoria de sus maridos e hijos. De todos los ángulos de la región se levanta una esperanza que es un grito de odio contra los jacobinos y su ateísmo. Los vandeanos conquistan las ciudades y luego las abandonan. La facultad de disolverse y volverse a reunir es su fuerza y su debilidad. Guiados por el santo de Anjou atraviesan decenas de milllares el Loira para liberar Nantes, para agregar en su guerra a los fieros «chouans» realistas de Bretaña.
El Papa Karol Wojtyla ha beatificado, durante su pontificado, 164 de estos «mártires» de la Revolución francesa. En el curso de una controvertida visita a la Vandea, pronunció un discurso bien alejado del revanchismo[5]. Al rendir honores a los vandeanos caídos en la desigual lucha contra los ejércitos iluministas, Juan Pablo II subrayó su testimonio de fe, pero pasó por alto, si no condenó directamente, el sentido político de la contrarrevolución. Forzando un poco la historia, el Papa afirmó que también los vandeanos «deseaban sinceramente la necesaria renovación de la sociedad», su rebelión circunscrita a la defensa de la libertad religiosa, no calló los «pecados» en los que ellos se mancharon en la crudeza de la lucha (fueron sanguinarias las represalias vandeanas contra los revolucionarios)[6].
También en la Iglesia católica hay opiniones diferentes sobre la Vandea. El padre Giuseppe De Rosa en «Civiltá Cattolica» por ejemplo, ha escrito que la guerra de la Vandea de hace dos siglos debería mirarse con mayor «espíritu crítico», sin convertirla en una «bandera»[7]  y, mucho menos, el «símbolo del auténtico cristianismo». De diversa opinión el arzobispo de Bologna, el cardenal Giacomo Biffi, según el cuál «en lo que ocurrió en la Vandea encuentran su prólogo las carnicerías que han ensangrentado todo el siglo XX en nombre de un absurdo ideal de justicia, de una aberrante exaltación de una nación o raza, o de un egoísmo disfrazado de comprensión civil».
La Vandea como preludio de Auschwitz, de Ruanda, del Gulag. El historiador de la Revolución francesa Jules Michelet habla así de los vandeanos: «Nos encontramos en un pueblo extrañamente ciego y estrafalariamente desviado que se arma contra la Revolución, su madre[8]. Estalla en el oeste la guerra impía de los sacerdotes»[9]. También un hijo de los Iluminados como André Gucksmann ha definido la Vandea «la primera Glasnost después de los días del Terror»[10].
Es la revelación del mal realizado por Robespierre. Y también Jean Tulard, profesor en la Universidad de París IV y experto en la Vandea, compara las acciones de los jacobinos a los asesinatos ordenados por Stalin[11]. A los historiadores no les gustan las comparaciones con el holocausto. Pero de la Vandea hablan como de un «pueblicidio»[12], mientras de largo tiempo los historiadores marxistas han leído la guerra de la Vandea como una guerra de la burguesía centralizadora de las ciudades contra el pueblo campesino[13].
Valdrá la pena recordar que los vandeanos fueron exterminados con métodos no diferentes de los nazis[14]. Así se lee sobre el Boletín oficial de la nación: «Se necesita que los bandidos de la Vandea sean exterminados antes de fines de Octubre. La salvación de la patria lo requiere»[15]. Los vandeanos son considerados «homínidos», de la subespecie hombres, y en cuanto tales, sin derecho a un territorio[16].
El nombre mismo de Vandea fue eliminado, debía desaparecer. Se asigna un nuevo nombre a la Vandea llamándola «departamento Vengado», para expresar precisamente esta voluntad de repoblar aquella parte de Francia un tiempo habitada por «franceses malvados».
El de la Vandea es el primer genocidio de la historia ideológica del mundo contemporáneo. Las Columnas infernales, cortagargantas, al mando del general Louis Marie Turreau, devastaron la región con feroz meticulosidad cartesiana[17]. Fusilamientos, ahogamientos, incendio de parroquias llenas de civiles, cámaras de gas[18]. Era la infamia de un pedazo de Francia que había osado levantarse contra la voluntad general, pero también la difusión de las ideas malthusianas en una Francia atenazada por el hambre por culpa de la misma revolución. Así los jacobinos concibieron, votaron por unanimidad y realizaron el aniquilamiento de un grupo humano religiosamente identificable. Con no menos de dos leyes escritas y conservadas en los archivos militares: el 1° de Agosto se decidió la destrucción del territorio, de sus habitantes, de los bosques y de la economía local; el 1° de Octubre se ordenó el exterminio de los habitantes, primero las mujeres («surcos reproductores») luego los niños. Leyes en vigor hasta la caída de Robespierre, en julio de 1794. Todo como Hitler antes de Hitler[19].
Se usó en la Vandea el término «raza»: un vocablo que, de acuñación iluminista (Voltaire, Buffon, la Enciclopedia), produjo de inmediato la idea de una «raza maldita» a extirpar. Bertrand Barére, miembro del «Comité de salut public», gritaba desde la tribuna: «Esas comarcas rebeldes son el cáncer que devora el corazón de la República francesa».
¿Cuántos fueron los muertos? ¿Un vandeano de cada tres? ¿Cientoveinte mil o seiscientos mil, como sostiene el historiador Pierre Chaunu? «Cualquier revolución desencadena en los hombres los instintos de la más elemental barbarie, las fuerzas opacas de la envidia, la rapacidad y del odio», dijo el gran escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn cuando inauguró en Lucs-sur-Boulogne un monumento dedicado a los mártires de la masacre perpetrada en esta pequeña localidad por las tropas republicanas del general Cordelier. En pocas horas, entre el 28 de Feb. y el 1° de Mar. de 1794, fueron asesinadas 564 personas, entre las cuales 110 niños menores de siete años.
«El siglo XX ha opacado notablemente la aureola romántica de la revolución del siglo XVIII», agregó el autor de «Archipiélago Gulag».
No obstante las ejecuciones sumarias de Angers, no obstante las «noyades» (los ahogamientos nocturnos en Nantes), en los cuales sin proceso en dos meses fueron lanzados al estuario del Loira de dos a tresmil sacerdotes «refractarios», la resistencia de la Vandea no fue aplastada. Para vencer a los vandeanos, caído el Comité de salud pública, la Revolución pensó de recurrir a «la douceur», la dulzura. Se aconsejó a los soldados de la casaca azul participar en las funciones en las aldeas, de respetar a los curas y a la fe de la gente pobre. Al fin la Vandea había vencido, sin embargo convertida en un inmenso cementerio.
Al término de la guerra, el general francés Joseph Westermann emitió una breve carta al Comité de salud pública: «Ya no existe ninguna Vandea. De acuerdo a las órdenes que me habéis dado, he masacrado a los niños bajo los caballos y las mujeres no darán luz a más bandidos. No tengo prisioneros. Los he exterminado a todos»[20]. Parece la materialización de las palabras pronunciadas en los años del Terror por el célebre moralista Chamfort: «La Revolución es un perro callejero que nadie se atreve a detener».


[1] ¡Qué “sanguinarios” tan especiales!. Este es un claro ejemplo de propaganda engaña-pendejos, donde los “sanguinarios” resultaron las víctimas, siendo masacrados por centenares de miles.
[2] A J.C. Martin podría contestársele: «Los crímenes son los crímenes, pero más que faltar lógica, falta vergüenza, honestidad y justicia».
[3] Pues Alain Gerard lo explica bastante mal; en realidad, es pura saliva. ¿Qué autoridad tenía la Revolución para oponerse a la voluntad popular? ¿A cuenta de qué un puñado de fanáticos sin escrúpulos podían imponer sus caprichos sobre el pueblo? ¡Y todavía hay SOBs como A. Gerard que quieren hacer pasar eso como un argumento lógico!
[4] ¿No será más bien “alumbrado” o “achispado”?
[5] Mencionar y honrar a las víctimas del jacobinismo, ¿podría alguien considerarlo revanchis- mo?.
[6] ¿Ahora resulta que defenderse de una agresión gratuita es mancharse? Parece por demás dudoso que las tropas jacobinas entendieran otro lenguaje que la violencia.
[7] Pero acusar a la Inquisición una y otra vez ¿eso sí se puede convertirse en bandera, verdad?
[8] Pues qué poca madre y qué poca vergüenza de Michelet. ¿Madre de qué?, a lo más, madrastra. La frase de J.Michelet es un insulto a los lectores.
[9] De nuevo, Michelet cae en el error de pensar que todos son pendejos menos él. La revuelta de la Vandea no fue de los sacerdotes, sino del pueblo llano. Parece que los orígenes hugonotes de Michelet le nublan su juicio.
[10] ¡Otro que quiere engañar y crear mitos geniales con pura saliva! Con ese criterio, entonces los Procesos de Moscú realizados por Stalin también calificarían como Glasnost. La guerra de la Vandea no fue ninguna Glasnost, fue parte del TERROR.
[11] Y Trotsky, que en eso de asesinatos masivos, no cantaba mal las rancheras; después de todo, antecedió a Stalin en crear el terror rojo.
[12] Sic!
[13] Bastante tirada de los pelos la “explicación” y que supondría que en el resto de Francia no hubiera más campesinos.
[14] El autor está tan imbuido de la propaganda televisiva que inconscientemente no halla peor etiqueta que ésta, aunque no corresponda a la realidad.
[15] El autor debería aclarar que ningún historiador ha podido presentar una prueba ESCRITA similar a este Boletín jacobino donde el régimen nazi diera instrucciones de exterminio sobre ningún grupo (fueran judíos, gitanos o católicos). Es una DIFERENCIA que en aras de la verdad y la integridad periodísticas valdría la pena resaltar. Incluso en el juicio realizado a A.Eichmann en May-1962, no se mencionó siquiera entre los cargos que él estuviera encargado de redactar las minutas de la Conferencia de Wansee, donde se ha alegado se dieron tales órdenes.
[16] Cualquier parecido con los palestinos es mera coincidencia.
[17] Es curioso que en este artículo se omita el nombre del general jacobino Lazare Hoche.
[18] «camere a gas» en el original. Ahora sí se le desinflaron las neuronas al autor. ¡Cámaras de gas en 1793! ¡Por favor! Se suponía que era un artículo serio. El Prof. R.Faurisson tiene décadas retando a los historiadores oficiales a presentar, si no restos físicos de una cámara de gas, al menos los planos de construcción de una.
[19] ¿De veras, todo como Hitler? ¿Y de cuándo son esos decretos de Hitler? ¿Alguna fecha? La verdad NO requiere de mentiras.
[20] ¡Todo un poema de tolerancia y sinceridad jacobinas! A menos, claro, que Westermann fuera un cripto-chouan. Compárese esto con la cita de André Glucksmann (nota 10).

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