jueves, 2 de agosto de 2018

Como dice el dicho: En todos lados se cuecen habas...


La Oligarquía Estadounidense: Una Reseña

Por Chris Wright                                                                            03-Jul-18
FUENTE: https://www.globalresearch.ca/the-american-oligarchy-a-review/5646235 





Los consumidores de los medios de izquierda están bien conscientes que USA es una oligarquía, no una democracia. Todos con un cerebro funcionando, de hecho, deberían estar conscientes de ello ahora: aun los científicos políticos de los principales medios lo reconocen, como se muestra en el famoso estudio del 2014 por Martin Gilens y Benjamin I. Page. Sin embargo, es importante seguir difundiendo el carácter oligárquico de USA, para deslegitimar las instituciones que han destruido la democracia (en la medida que alguna vez existió) e inspirar a la gente a tomar medidas para restaurarla. El libro American Oligarchy: The Permanent Political Class (2017), de Ron Formisano, es una valiosa contribución a este proyecto colectivo.
                          
American Oligarchy no ha sido escrito”, dice Formisano, “con el propósito de proponer una salida de la Nueva Edad Dorada, sino para desacreditar a la clase política exhibiendo con lujo de detalles su estiércol entre las cubiertas”.
Formisano ciertamente logra su objetivo: la "clase política" sale apestando, sí, de  un pantano, una ciénega moral putrefacta. Esta "capa interconectada de gente de altos ingresos y de aquellos que luchan por la riqueza, incluidos muchos políticos dentro y fuera de la oficina, cabilderos, consultores, burócratas designados, encuestadores, famosos periodistas de televisión (pero no reporteros de investigación) y los políticamente conectados en la capital del país y en los estados” traen a la mente en su hedonismo, corrupción, adoración del dinero y vertiginosa miopía, la decadente aristocracia apegada al Senado en la tardía República Romana, codiciosa más allá de los sueños de avaricia.
El término "aristocracia" es apropiado, porque Formisano argumenta convincentemente que USA se dirige más allá de la oligarquía hacia una aristocracia de riqueza heredada, completa con todos los símbolos ideológicos y culturales de la aristocracia. Nuestros exaltados rentistas y sus proveedores de servicios tienen las actitudes habituales del privilegio aristocrático a todas las cosas buenas en este mundo (con exclusión de los no-ricos), escupiendo rabia ante la perspectiva ocasional de perder una partícula de su preferencial tratamiento fiscal, y la valorización del nepotismo como primera entre las virtudes. "El nepotismo rampante de la clase política alimenta la galopante desigualdad socioeconómica del siglo 21". Las principales diferencias entre la aristocracia estadounidense de hoy y, digamos, la aristocracia francesa del siglo 18, parecen ser que la primera tiene  gustos culturales (y arquitectónicos) incomparablemente inferiores que la segunda y es incomparablemente más destructiva de la sociedad y del medio ambiente natural.
Los círculos en los que se mueven los líderes políticos de la nación y sus miles de muy adinerados secuaces recuerdan a una enorme corte del siglo 18. Más de la mitad de los miembros del Congreso son millonarios, con un valor total en 2013 de 4,300 mdd; pero incluso aquellos cuyo ingreso es de apenas seis cifras pueden vivir como millonarios. La razón es que los engranajes de Washington están engrasados por una "economía de regalos", que, para citar al ex cabildero Jack Abramoff, equivale a "un sistema de soborno legalizado". Todo es soborno, cada pedacito".
En 2007, el Congreso aprobó una ley que prohíbe a los cabilderos dar regalos a los representantes, pero, como dice Abramoff, en realidad "simplemente barajaron el mazo de cartas ... Todavía juegan el mismo juego". Los comités de campaña y los "PAC de liderazgo" pagan por los muchos viajes lujosos que los legisladores toman en todo el mundo, al igual que los grupos de presión y los donantes. Excursiones de golf, lujosas "conferencias", pesca en los Cayos de Florida, esquí en Colorado, viajes a París, Viena o Hawái, innumerables fiestas costosas y recepciones y desayunos con cabilderos y donantes: todo es pagado con dólares de impuestos o por varios comités, empresas de cabildeo, intereses corporativos, etc. Además de la influencia obviamente corruptora de todo este soborno legalizado, importa mucho que "los políticos no tengan experiencia de pobreza". De hecho, de 1998 a 2008 solo 13 miembros del Congreso provinieron de ambientes obreros, y hace mucho que dejaron atrás esa experiencia. No es de extrañar que la política casi nunca favorezca a la clase trabajadora.
Mientras que en 1970 solo el 3% de los miembros que abandonaron el Congreso pasaron a cabildear, ahora más de la mitad lo hace. Al igual que miles de asistentes del Congreso. Además de reforzar la insularidad y la camaradería de la cultura en el área al interior del Periférico (de Washington), este "éxodo acelerado de empleados hacia K Street... ha tenido el efecto de aumentar el poder de los grupos de presión acortando la duración total del personal". A medida que este último grupo se vuelve más joven y con menos experiencia, los grupos de presión asumen un papel cada vez más importante en la elaboración de la legislación, una legislación cada vez más alrevesada que es difícil de comprender incluso para el personal, lo que aumenta aún más el poder de los cabilderos.
Formisano documenta con admirable minuciosidad el hecho de que la principal preocupación de los políticos y los políticamente conectados tanto en la capital del país como en los estados es cuidar de "mí y lo mío". El medio más obvio y común de hacerlo es monetizar el público servicio propio, pero casi tan común es la práctica del nepotismo. "[L]a clase política practica el nepotismo de forma rutinaria, descarada y desvergonzadamente, dando a sus ‘sobrinos’ trabajos fáciles, promociones, un lugar al frente de la línea." Donald Trump puede (como era de esperar) ser aún más desvergonzado que la mayoría, con el uso político de su hija, su yerno y sus hijos uno de los cuales ha comentado con franqueza que el nepotismo "es algo hermoso". Pero la segunda administración Bush llevó el nepotismo a las alturas del arte, dados, por ejemplo, los roles importantes de Liz Cheney, su esposo y su yerno; los hermanos Mehlman, los McLellan, los Powell, y Ted Cruz y su esposa; los Martin, los Ackerly y los Ullman, etc. El gobierno de Obama tampoco era inocente, aunque no llegó a los extremos de su predecesor. A los hijos de los gobernadores y miembros del Congreso también les va bien, ya sea sirviendo en la política, en bufetes de abogados, en negocios que se benefician de las conexiones políticas o como cabilderos.
Los medios están casi tan plagados de nepotismo como la política. Cuando su madre era Secretaria de Estado, NBC contrató a Chelsea Clinton como periodista de televisión, ganando $600,000 al año ($26,724 por cada minuto que fue televisada). Andrea Koppel, Anderson Cooper, Jeffrey Toobin y Chris Cuomo de CNN son beneficiarios del nepotismo, al igual que (en otros canales y publicaciones) Douglas Kennedy, Chris Wallace, Mark Halperin, Mika Brzezinski, Bill Kristol, Ronan Farrow, Luke Russert, Meghan McCain, Jenna Bush, Jackie Kucinich y otros. Formisano concluye,
"Ya sea que se trate de literatura, televisión, entretenimiento o política, el sello distintivo de esta Nueva Edad Dorada de la Desigualdad es el 'favoritismo desnudo y descarado' y el desvergonzado descaro de quienes lo dan y lo reciben".
American Oligarchy también contiene largas discusiones sobre el mundo sin fines de lucro, específicamente sobre sus aportaciones a la creciente desigualdad de los ingresos. El sector sin fines de lucro emplea al 10% de la fuerza de trabajo de USA, y en 2010 las corporaciones, el gobierno y las personas donaron 300,000 mdd a empresas benéficas. Cada año se pierden al menos 40,000 mdd por "fraude, robo, enriquecimiento personal de ejecutivos y apropiación indebida". En general, la cultura de las grandes organizaciones sin fines de lucro es aproximadamente la de la clase política permanente en Washington.
Por ejemplo, los presidentes de universidades y los directores ejecutivos de hospitales pueden ganar millones de dólares al año, y eso no incluye beneficios como bonos, compensación diferida, asignaciones para automóviles y planificación financiera. En los mismos años en que la deuda estudiantil se ha disparado y el financiamiento estatal ha disminuido, las fundaciones universitarias se han utilizado como fondos discrecionales para grandes pagos y gastos personales para presidentes y otros administradores. Aún más atroz, los hospitales sin fines de lucro han iniciado cientos de demandas contra pacientes que no podían pagar y que rutinariamente han tenido órdenes de arresto emitidas y deudores encarcelados. Por el contrario, se han presentado demandas contra cientos de hospitales en diecisiete estados por extorsionar a los pobres.
En otros casos, las organizaciones sin fines de lucro se han convertido en aliados de las fuerzas que supuestamente deben enfrentar. Una instancia particularmente escandalosa es The Nature Conservancy, "con mucho el grupo verde más rico con más de 6,000 mdd en activos". En su consejo de administración y comités asesores están sentados ejecutivos de compañías petroleras y químicas, empresas mineras y madereras, fabricantes de automóviles, generadoras de electricidad que queman carbón, que tienen influencia sobre las políticas del grupo. Incluso mientras conserva millones de acres, The Nature Conservancy ha talado bosques, perforado para gas natural bajo el último territorio de cría de un tipo de ave en peligro de extinción, ha invertido millones en compañías de energía, ha cultivado relaciones con contaminadores como ExxonMobil y BP, y ha vendido su nombre y logotipo a las empresas que luego reclaman un crédito inmerecido por ser verdes. De manera similar, la Federación Mundial de Vida Silvestre mantiene relaciones estrechas con Monsanto y la empresa de aceite de palma Wilmer, que destruye la selva lluviosa.
En cualquier caso, la evidencia que Formisano ha reunido demuestra que la corrupción moral de la aristocracia estadounidense ha contaminado por completo el mundo ostensiblemente desinteresado y caritativo de las organizaciones sin fines de lucro. Desde museos, bibliotecas públicas y organizaciones de derechos humanos hasta orquestas sinfónicas, grupos de veteranos y organizaciones ambientales, la compensación excesiva de ejecutivos, los lazos corporativos y la corrupción total han pervertido la misión pública de las organizaciones sin fines de lucro.
American Oligarchy no es una lectura edificante. Su capítulo sobre Kentucky, un estudio de caso de corrupción política en un estado pobre, es, a pesar del tono analítico desapegado, a veces desgarrador, en particular cuando reflexionas sobre todo el sufrimiento humano que es el corolario de la venalidad y la codicia de la aristocracia. Por un lado, están las ganancias de Purdue Pharma en miles mdd, y el poder y dinero para una clase política cómplice; por otro lado están las innumerables muertes por opiáceos y vidas arruinadas por la adicción.
Pero libros como éste son indispensables en su crudeza, ya que vivimos en tiempos sombríos que requieren exposiciones sin trabas. Quizás a medida que crezca la reacción en contra de Donald Trump, American Oligarchy y libros similares adquirirán un amplio número de lectores y así contribuirán a la radicalización de una generación.

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