jueves, 28 de marzo de 2024

El Mal no tendrá la última palabra

 Soy un Médico Estadounidense que Fue a Gaza.

Lo que Ví no Fue Guerra — Fue Aniquilación

Por Peter Koenig & Irfan Galaria                                     19-Feb-24

FUENTE: https://www.globalresearch.ca/american-doctor-went-gaza-what-saw-wasnt-war-annihilation/5849985

 

 

El texto [en rojo] NO viene en el original y fue agregado por el equipo de traducción. Igualmente lo destacado en amarillo aparece como texto simple en el original.


Gaza al 17-Mar-2024

Introducción

Este desgarrador artículo —un relato de la realidad lo más cercano posible— fue publicado por Los Angeles Times hace dos días. Describe la horrenda inhumanidad que sufre Gaza y, en última instancia, Rafah, la ciudad más meridional de Gaza, fronteriza con Egipto, donde se estima que 1.5 millones de habitantes de Gaza se encuentran hacinados en condiciones catastróficas, muchos de ellos viviendo uno al lado del otro, tan cerca que se tocan entre sí o en tiendas de campaña improvisadas que no dejan espacio para respirar.

 

El hedor de la proximidad humana y la falta de higiene es insoportable y sólo es aceptable si nos acostumbramos a la lucha humana por sobrevivir.

Ni siquiera mencionemos la hambruna constante, la falta desenfrenada de alimentos y agua, mientras kilómetros tras kilómetros de camiones de ayuda con alimentos, agua y suministros médicos están varados en Egipto, frente a la entrada fronteriza de Rafah, pero las fuerzas militares israelíes les prohíben la entrada.

La inhumanidad, los heridos, los mutilados, los amputados a la fuerza sin anestesia, el constante zumbido de los drones de vigilancia, el interminable ruido ensordecedor de los bombardeos y los disparos de francotiradores, no tiene nombre en el vocabulario actual. Los sionistas han “elevado” el término “inhumanidad” a un nivel entre el sufrimiento extremo para el cual no existe descripción verbal... y la muerte.

Mientras opera y trabaja entre 14 y 16 horas al día, en un momento dado, el Dr. Irfan Galaria hace una de las reflexiones más tristes posibles desear que algunos de los niños y adultos, tan gravemente mutilados y heridos, hubieran mejor muerto,  escapando así de este tremendo y continuo sufrimiento.

Continúe leyendo para comprender lo que quiere decir el Dr. Irfan Galaria cuando dice: “Lo que vi no fue guerra, fue aniquilación”.

—Peter Koenig, 19 de febrero de 2024

 

 

Soy un Médico Estadounidense que Fue a Gaza.

Lo que Vi no Fue Guerra: Fue Aniquilación

Por Irfan Galaria, Los Angeles Times

 

A finales de Enero, dejé mi casa en Virginia, donde trabajo como cirujano plástico y reconstructivo, y me uní a un grupo de médicos y enfermeras que viajaron a Egipto con el grupo de ayuda humanitaria MedGlobal para trabajar como voluntario en Gaza.

He trabajado en otras zonas de guerra. Pero lo que presencié durante los siguientes 10 días en Gaza no fue guerra: fue aniquilación. Al menos 28,000 palestinos han muerto en el bombardeo israelí de Gaza [nótese que esta cifra es de hace más de 1 mes; una cifra más actualizada ronda los 33,000]. Desde El Cairo, la capital de Egipto, condujimos 12 horas hacia el este hasta la frontera de Rafah. Pasamos ante kilómetros de camiones de ayuda humanitaria estacionados porque no se les permitía entrar a Gaza. Aparte de mi equipo y otros miembros enviados de las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud, había muy pocos otros allí.

Entrar al sur de Gaza el 29-Enero, a donde muchos han huido desde el norte, se sintió como las primeras páginas de una novela distópica. Nuestros oídos estaban entumecidos por el zumbido constante de lo que, según me dijeron, eran los drones de vigilancia que daban vueltas constantemente [lo que evidencia una población desarmada que no tiene ni siquiera una pistola para derribarlos]. Nuestras narices estaban consumidas por el hedor de 1 millón de humanos desplazados que vivían muy cerca sin un saneamiento adecuado. Nuestros ojos se perdieron en el mar de tiendas de campaña. Nos alojamos en una casa de huéspedes en Rafah. Nuestra primera noche fue fría y muchos de nosotros no pudimos dormir. Nos quedamos en el balcón escuchando las bombas y viendo el humo que se elevaba desde Khan Yunis.

Al día siguiente, cuando nos acercábamos al Hospital Europeo de Gaza, había hileras de tiendas de campaña alineadas y bloqueadas las calles. Muchos palestinos gravitaron hacia éste y otros hospitales con la esperanza de que representara un santuario de la violencia estaban equivocados.

La gente también ingresó al hospital: viviendo en pasillos, pasillos de escaleras e incluso armarios de almacenamiento. Los pasillos alguna vez anchos diseñados por la Unión Europea para dar cabida al intenso tráfico de personal médico, camillas y equipos ahora se redujeron a un pasillo de una sola fila. A ambos lados, mantas colgaban del techo para acordonar áreas pequeñas para familias enteras, ofreciendo un poco de privacidad. Un hospital diseñado para albergar a unos 300 pacientes ahora estaba luchando para atender a más de 1,000 pacientes y cientos más que buscaban refugio.

Había un número limitado de cirujanos locales disponibles. Nos dijeron que muchos habían sido asesinados o arrestados y que se desconocía su paradero o incluso su existencia. Otros quedaron atrapados en zonas ocupadas del norte o en lugares cercanos donde era demasiado arriesgado viajar al hospital. Sólo quedaba un cirujano plástico local que cubría el hospital las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Su casa había sido destruida, por lo que vivió en el hospital y pudo guardar todas sus pertenencias personales en dos pequeñas bolsas de mano. Esta narrativa se volvió muy común entre el resto del personal del hospital. Este cirujano tuvo suerte porque su esposa y su hija todavía estaban vivas, aunque casi todos los que trabajaban en el hospital estaban de luto por la pérdida de sus seres queridos.

Comencé a trabajar inmediatamente, realizando de 10 a 12 cirugías por día, trabajando de 14 a 16 horas seguidas. El quirófano a menudo temblaba por los incesantes bombardeos, a veces tan frecuentes como cada 30 segundos. Operamos en entornos no estériles que hubieran sido impensables en USA. Teníamos acceso limitado a equipo médico crítico: realizábamos amputaciones de brazos y piernas a diario, usando una sierra Gigli, una herramienta de la época de la Guerra Civil, esencialmente un segmento de alambre de púas. Muchas amputaciones se podrían haber evitado si hubiéramos tenido acceso a equipo médico estándar. Fue una lucha tratar de atender a todos los heridos dentro de las estructuras de un sistema de salud que ha colapsado por completo.

Escuché a mis pacientes mientras me susurraban sus historias, mientras los llevaba al quirófano para operarlos. La mayoría dormía en sus casas cuando fueron bombardeados. No pude evitar pensar que los afortunados morían instantáneamente, ya sea por la fuerza de la explosión o quedando enterrados entre los escombros. Los sobrevivientes enfrentaron horas de cirugía y múltiples viajes al quirófano, mientras lloraban la pérdida de sus hijos y cónyuges. Sus cuerpos estaban llenos de metralla que hubo que extraer quirúrgicamente de su carne, un trozo a la vez.

Dejé de llevar la cuenta de cuántos nuevos huérfanos había operado. Después de la cirugía serían archivados en algún lugar del hospital, no estoy seguro de quién los cuidará o cómo sobrevivirán. En una ocasión, sus padres llevaron a un puñado de niños, todos de entre 5 y 8 años, a la sala de emergencias. Todos tenían disparos de francotirador en la cabeza. Estas familias regresaban a sus hogares en Khan Yunis, a unos 4 kilómetros del hospital, después de que los tanques israelíes se retiraran. Pero los francotiradores aparentemente se quedaron atrás. Ninguno de estos niños sobrevivió.

En mi último día, cuando regresaba a la casa de huéspedes donde los lugareños sabían que se alojaban extranjeros, un niño corrió y me entregó un pequeño regalo. Era una roca de la playa, con una inscripción en árabe escrita con rotulador: “Desde Gaza, con amor, a pesar del dolor”. Mientras estaba en el balcón mirando a Rafah por última vez, podíamos escuchar los drones, los bombardeos y las ráfagas de ametralladoras, pero esta vez algo fue diferente: los sonidos eran más fuertes, las explosiones estaban más cerca.

Esta semana, las fuerzas israelíes atacaron otro gran hospital en Gaza y están planeando una ofensiva terrestre en Rafah. Me siento increíblemente culpable por haber podido irme mientras millones se ven obligados a soportar la pesadilla en Gaza. Como estadounidense, pienso en el dinero de nuestros impuestos que paga las armas que probablemente hirieron a mis pacientes allí. Estas personas, que ya han sido expulsadas de sus hogares, no tienen adónde acudir.

 

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Irfan Galaria es un médico con práctica de cirugía plástica y reconstructiva en Chantilly, Virginia.

 

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